viernes, 28 de febrero de 2025

Y mi voz te acompañará.

 


Y mi voz te acompañará y te susurrará como el viento;

y te diré que no estás sólo

porque donde quiera que vayas,

yo iré contigo.

Cuando te sientas inmerso en plena tempestad,

te diré que no agites tu interior

al vaivén de las olas;

que mantengas tu centro en ti,

y te aferres al instante

como al mástil de una vela.

Porque todo pasará

pero tú no serás arrastrado,

y seguirás el curso de tu existencia

sin tener que volverte a reconstruir

a partir de los escombros.

Y tú y yo seguiremos juntos

como gotas de este océano inmenso

que es la vida.

Ana Cristina González Aranda

@ana.escritora.terapeuta



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viernes, 21 de febrero de 2025

TOC TOC. ¿Quién llama?

 



Nos situamos en una mañana cualquiera en una situación de interacciones en redes sociales. Pongamos que nuestro protagonista se hace llamar @espiritu.libre.fulgencio. En esos momentos, le da por consultar su cuenta en Instagram porque ve que hay movimiento. La abre y se topa con un comentario de una tal Andrea Falcón:

—Fulgencio, ¡qué interesante lo que haces! Me quise comunicar contigo, pero no pude. ¿Me envías un mensaje porfa?

—Ahora mismo, Andrea. Dame un segundo, cielo.

—Ok, te espero.

—¡Ya! ¿Qué se te ofrece preciosa?

—Bueno, en realidad, no soy Andrea. Soy su agente en redes. He visto tus contenidos y los veo muy valiosos. Con una buena campaña de visualización podrías llegar a miles de usuarios. Te cuento: estoy trabajando en @Strategic.Marketing.System, una agencia de marketing digital radicada en Florida. Actualmente somos 80 reconocidos influencers de Instagram.

Esto nos permite alcanzar una comunidad sólida de más de 25.000.000 de usuarios activos y consumidores de esta red. Captando la atención de tan solo el 1%, lograríamos una comunidad nueva de 250 mil usuarios.

Lo que hacemos es realizar reposteo de tu contenido mediante estas cuentas con alta interacción. Así es como podríamos posicionar tu imagen, creando una comunidad de forma totalmente genuina, ya que esta nueva audiencia estará llegando por interés propio.

¿Me sigues, Fulgencio?

—Sí, pero no era lo que yo me esperaba. Yo quería contactar con Andrea porque está jamona, no contigo. No me interesa ese rollo del marketing. Lo siento. No es lo que busco.

—Vaya…, pensaba que querías difundir tu mensaje en redes.

—Lo del mensaje lo hago sólo para ligar. Copio cosas resultonas de aquí para allá, cosas que sé que les gustan a las mujeres y lanzo el señuelo para ver si pican. Por cierto, ¿me pasas el contacto de Andrea?

—No, a decir verdad, no soy su agente ni la conozco de nada. Sólo utilizo su imagen para captar clientes.

—Pues…vaya.

Ana Cristina González Aranda.

@ana.escritora.terapeuta.

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domingo, 16 de febrero de 2025

ATRAPADA.

 


    La lluvia empapaba el aire. Su rostro humedecido buscaba horizontes tras los cristales. “Tal vez…”, se oyó decir en el silencio. Hacía ya un año de su descenso a los infiernos. Lo que comenzó como una apasionante aventura de amor se tornó, pronto, en pesadilla. Suspiró hondo. Aquellos primeros momentos vividos junto a él parecían haberse desvanecido como una ilusión.

    Ella era otra persona y, ahora, el tiempo transcurrido le parecía una eternidad. Sus profesores y compañeros de facultad la consideraban un talento innato con un futuro prometedor. Siendo tan joven ya tenía un estilo propio, totalmente vanguardista que incorporaba el realismo de forma magistral. Sus obras atrapaban y te sumergían en colores, trazos y situaciones imposibles de imaginar.

    Todo marchaba sobre ruedas en su vida hasta que él apareció. Lo conoció cuando presentaba su primera colección en una galería de arte. Como un fantasma, emergió de la nada y se aproximó a ella con dos copas de champán; una para ella, otra para él. Se mostró fascinado por ella y por su obra. Se presentó como un marchante de arte con importantes contactos. Decía trabajar con las mejores galerías y los artistas de más renombre. Ella quedó encandilada por su atractivo, su porte y su magnetismo personal. Antes de irse, él le dejó su tarjeta.

    Encuentro tras encuentro, sin darse cuenta quedó envuelta en una espiral de seducción, administrada de forma intensa y calculada en sus inicios. La bombardeó de amor y promesas, al tiempo que, iba distanciándola de su ambiente, sus amistades y de su propia familia. Ella vivía para él y sólo veía a través de él.

    Los primeros meses fueron una luna de miel de ensueño hasta que, poco a poco, las cosas empezaron a cambiar. Primero, fueron pequeños gestos insignificantes; luego, le siguieron ligeras críticas hacia lo que pintaba o hacía; después, empezaron los reproches duros e hirientes, seguidos de silencios interminables y ausencias que se iban alargando en el tiempo.

    Ella creía volverse loca. Buscaba entender de forma obsesiva qué podría haber hecho mal. Perdió su seguridad y su confianza en sí misma. Le costaba entregarse a su pasión porque había desaparecido por completo. Cuando intentaba pintar, se situaba delante del lienzo y se bloqueaba. No había espacio dentro de ella nada más que para él, y su dolor.

    Se sentía perdida y sin rumbo, cautiva de un amor no correspondido, que no hacía más que atormentarla y quitarle la vida. Lo amaba y lo odiaba al mismo tiempo. Empezó a sospechar que la había engañado en todo y que la engañaba con otras. Las salidas, los silencios, las recriminaciones, las ausencias se le incrustaron en el corazón. Apenas dormía ni comía. Se sentía morir a cada instante.

    Las discusiones eran cada vez más subidas de tono. Él la acusaba de estar loca, de ser una celosa patológica. Le decía que era una pintora fracasada y que se avergonzaba de ella, que no se atrevía a presentar su obra en ningún sitio.

    Ese día, mientras miraba la lluvia tras los cristales, una idea se abrió paso en ella y la hizo saltar en mil pedazos de sueños rotos: ¡Yo no soy eso! De manera inexplicable, se sintió liberada de la angustia y el dolor que oprimían su pecho, se sintió volar lejos y libre de la dictadura de una falsa cordura y, al fin, lo vio claro: sus ojos siempre estuvieron vacíos como los de un pez sin vida. Se perdonó a sí misma, se lavó la cara, se miró al espejo y se sonrió.

No dejes que la sombra de nadie ahogue tu Luz.

Brilla, Brilla siempre.

Ana Cristina González Aranda.

@ana.escritora.terapeuta.


 

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viernes, 7 de febrero de 2025

ME MUERO...


 

Érase una vez un país gobernado por un Rey justo y compasivo. El Rey administraba su reino con sabiduría y sabía rodearse de los consejeros más aptos. Rondaba los cincuenta años, pero todavía era joven y fuerte. Sus súbditos le deseaban una larga vida, pues había sabido generar la dicha y la prosperidad para todos.

Sucedió que un día se levantó y se notó más cansado y débil que de costumbre. Mandó llamar a sus médicos, que lo estuvieron reconociendo. Después de deliberar entre ellos, le transmitieron al Rey un pronóstico tan fatal como certero: se moría y le quedaban poco menos que tres meses de vida. El Rey quedó desolado, no tanto por él sino por su Reino y por sus hijos. Le quedaba tanto por hacer…, y sus hijos todavía eran pequeños.

Desesperado mandó llamar a todos sus consejeros, los reunió y les pidió que encontrasen a alguien que pudiese curarlo. Le contestaron que no conocían ningún curandero que pudiese hacer tal cosa, pero le hablaron de un sabio que era célebre en todo el Reino por su sabiduría y acierto a la hora de dar consejo. Mandó que lo llevasen ante él, y al día siguiente, partió una comitiva Real para llevar al Rey ante el sabio.

Después de dos noches y dos días de viaje, llegaron a un claro de un bosque donde se levantaba una destartalada casa de madera. Los guardias se dispusieron a entrar para dar el aviso, pero el Rey los detuvo. Quería ser él mismo quien entrase a darse a conocer. Nada más entrar, vio a un anciano que pelaba patatas frente a la lumbre. Lo saludó y esperó a que le devolviera el saludo, pero el anciano seguía con su tarea como si no lo hubiese oído. El Rey contrariado, carraspeó haciéndose notar.

—¿Quién viene con tanta exigencia? —preguntó por fin el anciano mientras se giraba hacia el visitante.

—Soy el Rey.

—¡Aja! ¿Y qué quiere o espera, su altísima excelencia, de este humilde servidor? No todos los días recibe uno la visita del Rey.

—Quería hablar y hacerle una consulta.

—Algo muy importante debe ser, sin duda. Dígame, Alteza, ¿qué cosa le atormenta?

—Pues verá…Me muero. —le contestó el Rey con un nudo en la garganta.

—Bueno, eso ya lo sé.

—¿Cómo? —le preguntó sorprendido el monarca.

—No se sorprenda, Alteza. Es algo bien simple. No tiene nada más que salir afuera y verlo con sus propios ojos, si sabe mirar, claro.

—No he venido aquí para acertijos —le recriminó el Rey, que ya empezaba a inquietarse.

—Veo que le pueden las prisas, siéntese y hablemos, majestad. Mi casa es humilde pero acogedora.

El Rey tomó una silla y se sentó a la lumbre, al lado del anciano. Se sintió estúpido, se iba a morir, qué prisas tenía…

—¿Cómo sabe que me muero? He venido hasta aquí para preguntarle qué puedo hacer.

—Sé que se muere, porque desde que nacemos todos nos estamos muriendo. Usted se muere, y yo muero a cada instante que pasa. Y está bien porque así debe ser. La vida y la muerta son las dos caras de la misma moneda.

—Ya…, pero es que a mí me lo han dicho los médicos. Me han dado un plazo. No me quedan más de tres meses.

—A su Majestad le han fijado el tiempo, y eso lo ha turbado, ¿no es así?

—Sí, así es.

—Si no lo hubiesen hecho y, su Majestad, no supiera nada, estaría tan tranquilo, aunque la muerte le esperase detrás de la puerta, ¿verdad?

—Sí, supongo que sí.

—Y si yo, con la infinita sabiduría que su Majestad me supone, le dijera que se han equivocado con la fecha, y que no es dentro de tres meses sino de media hora, ¿qué haría su Majestad con su media hora de vida? ¿la aprovecharía como el bien más preciado o se lamentaría hasta agotarla?

El Rey se quedó pensativo mirando las llamas unos instantes, después se levantó y se dirigió hacia el anciano para despedirse.

—Gracias por todo, me ha dicho justamente lo que tenía que saber. ¿Quiere un puesto entre mis consejeros en la corte?

—No, se lo agradezco, su Majestad, pero mi sitio es éste. Ya sabe dónde encontrarme cuando lo necesite.

Dicho esto, El Rey marchó hacia su Reino y siguió gobernando con acierto hasta su muerte, que no fue hasta bien entrada la vejez. Y no pasó día que no viviese y celebrase como el último de su vida.

 ANA CRISTINA GONZÁLEZ ARANDA

@ana.escritora.terapeuta


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