domingo, 15 de junio de 2025

El carrito de la limpieza (1): Encuentro. Relato breve sobre Acoso Escolar.

 


Parte primera: Encuentro.

Era una apacible tarde de primavera. Hacía una temperatura agradable y el aire desprendía la sutil fragancia de los naranjos en flor. La calle era un santuario de tranquilidad y calma. Se alternaban rítmicamente los cantos de los pájaros y el sonido de una escoba que se deslizaba sobre el pavimento. 

De repente, apareció un niño corriendo. Estaba asustado y buscaba un lugar donde esconderse. Suso lo miró y ladeó su cabeza. Como lo vio tan apurado, dejó de barrer y señaló con su mano izquierda hacia el lugar donde estaban los contenedores. El niño no se lo pensó y se refugió allí. 

Al rato, aparecieron tres niños de mirada hosca. A las claras se les notaba que buscaban al chico. Se adentraron en la calle y miraron por todas partes. Ya iban a acercarse a los contenedores cuando Suso los abordó:

Si buscáis algo, éste no es el sitio.

¿Cómo? —preguntó molesto y sorprendido el niño de menor altura, que parecía ser el que mandaba.

Lo que has oído, chico, o es que estás sordo. Aquí no hay nada más que mi escoba, mi carrito y yo. ¿O es que también estás ciego?

Vaya, vaya, vaya…Y yo que pensaba que sólo eras un estúpido barrendero, y resulta que nos has salido chulito —contestó despectivo el muchacho.

Marcos, vámonos, aquí no está. Ya lo encontraremos en otra parte —dijo otro de los niños, de mediana estatura, que llevaba una sudadera negra con capucha.

Cállate, Mario, nos iremos de aquí cuando yo lo diga. Este tío no me chulea —dijo con altanería Marcos mientras miraba desafiante a Suso.

Suso le sostuvo la mirada. Estaba tan familiarizado con este tipo de niños, que lidiar con ellos ya le resultaba aburrido. Siempre la misma historia, siempre la misma cantinela, siempre los mismos malos modos. Cambiaba el rostro, pero no el fondo.

Tíos, ¿qué hacemos? —preguntó el tercero, que parecía el más joven de los tres.

Suso, sin dejar de mantener la mirada, rompió el silencio:

Mirad, yo os diré lo que tenéis que hacer: vais y miráis detrás de los contenedores. Cuando veáis que no hay nadie, os marcháis con viento fresco. Tengo mucho trabajo por delante y no quiero más suciedad por hoy.

¡Viejo asqueroso! Te vas a tragar tus palabras. A mí nadie me dice lo que tengo que hacer. Y mucho menos con esa chulería. Me he quedado con tu cara, sé dónde encontrarte; volveremos a vernos y desearás no haberte cruzado con nosotros —le dijo amenazante Marcos mientras se daba la vuelta para irse. —¡Venga, vámonos! Ya encontraremos a esa rata en otro sitio.

Se fueron maldiciendo. Cuando los perdió de vista, Suso se acercó a los contenedores. Allí estaba el muchacho, acurrucado y temblando de miedo, con la cabeza hundida entre las piernas. Sin decir nada, dejó la escoba apoyada en la pared y se sentó a su lado.

Chico, ya se han ido. Puedes salir cuando quieras. —le dijo tratando de tranquilizarlo.

Lo sé. Les dijiste dónde estaba. Podrían haberme encontrado. —le respondió el niño sollozando.

Sí, lo hice para que se fueran. Nada mejor que decirle a alguien que haga algo para que no lo haga. No es la primera vez que van tras tuya, ¿verdad?

No —le contestó el muchacho levantando la cabeza para mirar a Suso. —En cuanto me ven por la calle, me persiguen para darme caza.

¿Cómo te llamas chico?

Me llamo Aníbal, aunque ellos me llaman Caníbal. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

Me llamo Suso. ¿Qué haces para defenderte de ellos?

Yo solo corro. En el cole me dicen que, si me pegan, se lo diga a un profesor; y mis padres, que no pegue a nadie.

Ya…, vamos que te niegan el derecho a defenderte. Pues vaya…, y tú serás muy obediente, ¿verdad?

Aníbal se encogió de hombros sin saber qué decir. Desde muy pequeño había aprendido que la mejor manera de no tener problemas era ser complaciente con los demás. Y ahora comprendía que no bastaba con ser un niño bueno.

Tengo miedo —dijo después de un buen rato. —Cuando me pillan me quedo paralizado.

Vaya…, ¿sabes? Eres más valiente de lo que crees. No cualquiera admite que tiene miedo. Mira, si quieres hablar, todas las tardes, sobre esta hora estoy por aquí. Puedes venir cuando quieras y echamos un rato. ¿Te parece bien?

Sí, de acuerdo. Me voy. Creo que ya andarán lejos —dijo Aníbal levantándose.

Hasta luego, Aníbal.

Hasta luego.

Suso siguió con su trabajo hasta que terminó con toda la calle. Pensó con ternura en Aníbal. Podría ser su nieto. Iba empujando el carrito cuando vio a lo lejos a tres niños corriendo detrás de un gato para darle caza. Agudizó su vista. Eran ellos, los mismos niños que, hacía apenas una hora, perseguían a Aníbal.

Segunda parte: Transformación

Tercera parte: Limpieza

@ana.escritora.terapeuta


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