Al día siguiente, mientras Suso entonaba una canción, escoba en mano, apareció Aníbal. Lo saludó tímidamente.
—Hola, he venido porque me dijiste que podía pasarme por aquí para verte y hablar contigo.
—Claro que sí, Aníbal, Me alegra verte tan pronto. Ven a la acera a sentarte conmigo y charlamos un rato. Me vendrá bien descansar un rato.
Se sentaron los dos. Suso rebuscó algo en el bolsillo izquierdo de su pantalón, y sacó un caramelo. Se lo ofreció a Aníbal.
—¿Quieres? Es de tuttifruti.
—Sí, gracias —aceptó cortésmente Aníbal mientras se sacaba un chicle de la boca.
—¿Qué tal te ha ido esta mañana en el cole? ¿Te han molestado?
—Esta mañana ha habido suerte. Los han castigado sin recreo.
—Se lo habrán ganado a pulso. ¿Tienes amigos?
—Sí, Bruno y Tomás.
—¿A ellos también los molestan?
—Sí, a todos…, pero conmigo se meten más —respondió Aníbal enterrando la mirada en el suelo.
—¿Sabes? Ellos no son tu peor enemigo —Le dijo Suso tratando de sacarlo de su sopor.
—¿Cómo? —reaccionó sorprendido Aníbal.
—Sí, tu peor enemigo es tu miedo. Es lo que te hace huir cuando te persiguen, y agachar la cabeza cuando te acorralan. Y eso es justamente lo que quieren.
—Es que me pegan y me dicen cosas horribles. Me hacen sentir…
—¿Insignificante y miserable? —completó Suso.
—Sí, algo así.
—Dices: “Me hacen sentir”, pero el que siente eres tú. Tú eres el que acoge sus palabras y les das poder para que se te claven en el corazón, y te hagan sentir de esa manera.
—¿Y qué puedo hacer yo? —preguntó Aníbal con los ojos abiertos como platos.
—Mucho más de lo que crees, pero tienes que estar dispuesto. ¿Lo estás? —le preguntó Suso sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Estoy desesperado —le contestó el muchacho.
—Sí, lo sé, pero eso no es suficiente.
—¿Cómo? —preguntó Aníbal perplejo.
—Pues que te hace falta algo más que estar desesperado para hacerle frente a tu miedo. ¿Cuánto tiempo llevas desesperado? ¿Te ha servido de algo?
—No, de nada —contestó Aníbal bajando la mirada.
—Y estás sólo en esto. Ni los profesores ni tus padres te respaldan, para ellos son sólo cosas de niños, y por eso, tú sólo tienes que encargarte.
—Bueno, tú sí me quieres ayudar, ¿verdad?
—Sí, yo quiero y estoy dispuesto, pero ¿y tú, lo estás? Sin ti no puedo hacer nada. Por eso, piénsatelo y vuelve cuando estés dispuesto. No me gusta perder el tiempo ni dar falsas esperanzas.
—Sí, sí quiero. —le contestó Aníbal con determinación. Estoy harto, ya no quiero seguir así por más tiempo. Es cierto lo que me dices, estoy sólo en esto. Ni me llamo Caníbal ni soy una rata asquerosa. Se acabó.
—Bien, esa es la actitud, ese es el tono.
—¿Qué tengo que hacer?
—Te voy a mandar deberes para casa. Escucha con atención muchacho. No me interrumpas mientras hablo. Si tienes dudas, me preguntas cuando termine. ¿Entendido?
—Entendido.
—Verás, aunque aún no lo creas, tú eres un ser muy poderoso. En el fondo todos lo somos, aunque por desgracia, muchos lo ignoran. Las palabras de los demás pueden estar cargadas de veneno, pero no pueden herirnos si nosotros no lo permitimos. Tenemos el poder de neutralizarlas en nuestro interior. Es como si activásemos una coraza invisible alrededor de nuestro corazón. Vamos a hacer un ejercicio práctico. ¿Estás preparado?
—Sí, dime qué tengo que hacer —preguntó Aníbal con ojos cada vez más vivaces.
—Vamos a activar tu coraza, Aníbal. Cierra los ojos, respira lenta y profundamente sintiendo como entra y sale el aire mientras respiras. Eso es, así…
Suso lo observaba mientras respiraba. Su rostro se iba tornando cada vez más relajado.
—Ahora quiero que te imagines una coraza que va rodeando tu corazón hasta encerrarlo completamente. Cuando lo tengas, me avisas.
—¡Ya! —exclamó Aníbal.
—Bien, Aníbal, ahora ya no soy Suso, soy Marcos y me estoy acercando a ti para insultarte. Quiero hacerte daño.
Suso se erguió, contrajo su mandíbula y empezó a proferir insultos:
—¡Rata asquerosa! Te comerías hasta tu madre. Gordo seboso de mierda, te voy a reventar tu panza de burro a patadas. Das asco con sólo mirarte. Eres un engendro andante.
Suso estuvo un buen rato lanzando insultos, cada vez más agresivos e hirientes, mientras buscaba atentamente en el rostro del chico señales que delatasen algún tipo de reacción. Lo veía totalmente concentrado, a ratos tenso. Cuando consideró que ya era suficiente, paró.
—Ya puedes abrir los ojos. ¿Qué tal? ¿Cómo te has sentido?
—Ufff…, he estado a punto de caer, pero me agarraba con más fuerza a mi coraza, y lograba resistir.
—Estupendo, me alegro. Con ellos no te será tan fácil. Tienes que practicar mucho. Cuando llegues a casa, te metes en tu cuarto o donde nadie pueda interrumpirte. Recreas el escenario del patio de colegio, visualizas que se te acercan. En lugar de bajar la mirada o salir corriendo, quiero que te veas quedándote quieto, esperándolos y sosteniéndoles la mirada. Tus ojos son como un revólver. Apunta hacia ellos y concentra toda tu ira en el entrecejo, que la sientan. Vas a recibir sus insultos con tu coraza. Quiero que veas cómo rebotan sus palabras en ella. Regocíjate: Es el poder que va creciendo dentro de ti.
—¿Y si me pegan? —preguntó preocupado Aníbal.
—¿Qué crees que deberías hacer, Aníbal?
—Pues defenderme.
—Esa es la actitud. Tú no vas a entrar en sus provocaciones, respondiendo a sus insultos, ni vas a ir a agredirlos. Tú vas a defenderte porque es tu legítimo derecho como persona. Tu ira te ayudará a repeler sus golpes. Confía en ti.
—¿Y si me riñen o me castigan por defenderme?
—¿Tú quieres darte a respetar o ser un niño bueno traga-palizas?
—No, no quiero seguir recibiendo palos —respondió con decisión Aníbal.
—Me alegra oírte decir eso. Nadie merece mancharse con la sangre de otros.
—¿Qué significa eso? —Preguntó Aníbal lleno de curiosidad.
—Lo sabrás a su debido tiempo. Ya ha sido suficiente por hoy. Practica sin parar y actúa.
—¿Cuándo vuelvo?
—Cuando sientas que es el momento. Por ahora, ya sabes todo lo que tienes que saber.
Se despidieron. Pasaron los días, uno tras otro, envueltos en la alegría del bullicio primaveral. Aníbal surcaba los pensamientos de Suso. Confiaba en el chico. Tenía la certeza de que sabría manejar la situación. Lo había captado en sus ojos. No quería seguir siendo una víctima. Se alegraba por él. Todo, en la vida, comienza con una decisión. Aníbal había tomado la suya. Ahora sólo había que esperar.
Continuará...
@ana.escritora.terapeuta
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