Revelación y renacimiento.
La psicóloga, en cuanto le dijeron que estaba allí,
la hizo pasar a su consulta.
—Cuéntame Amelia —le dijo mientras contemplaba su
rostro desencajado.
—Pues…. Es…. Es… esa niña. Me ha hecho sentir……. —
respondió con voz trémula, tratando encontrar en su mente la palabra exacta.
—Vulnerable y rota… -—terminó por completar Andrea.
—Sí…… —asintió como un animal herido.
—Esa niña te está impulsando para que salgas del
pozo en el que te has metido.
—¿Cómo? —reaccionó escandalizada Amelia,
recuperando la voz de golpe.
—Lo que oyes. Esa niña ahonda en la herida que te
desangra por dentro, porque esa niña es un reflejo de lo que eres y fuiste, pero que no te atreves a admitir.
La revelación de la terapeuta se abrió paso en el
cerebro de Amelia, como lo hace el sol en un amanecer nublado, y la esperanza
empezó a anidar en su castigado corazón.
—¡Ahora lo entiendo…! De pequeña era así, pero lo
olvidé. Me dejé derrotar y me camuflé para sobrevivir. Me di cuenta de que, si
hacía lo que los demás esperaban de mí, las cosas empezaban a ir bien. Y así,
me fui envolviendo en capas como si fuera una cebolla hasta desconectar de
quién era. Recuerdo que adoraba la fotografía y que jugaba a ser una fotógrafa
que viajaba por el mundo para captar lugares y momentos increíbles. Mi madre no
lo entendía, y no me compró esa cámara que tanto deseaba. Ella pensaba que lo
mejor era estudiar para maestra, y sacarme una plaza para tener un puesto fijo.
De hecho, cuando tuve mi primer sueldo, lo primero que hice fue comprarme una
cámara de las más caras, pero la dejé arrinconada, al igual que mis sueños.
—Ya, las madres siempre quieren lo mejor para sus
hijos, y lo hacen con la mejor de las intenciones, pero nadie más que uno sabe
lo que quiere realmente, ¿verdad?
—Sí, así es —respondió Amelia, sintiéndose cada vez
más aliviada.
—Ummmmm, y esa niña esta mañana, ¿qué crees que te
ha mostrado?
—Me ha mostrado que ella no está dispuesta a
renunciar a ser quien ya es por nada del mundo.
—¡Wow! ¡Eso es! ¿Y algo más? —preguntó Andrea
excitada por la sorprendente evolución de Amelia.
—Sí…… que su mayor miedo es terminar siendo la
persona que ahora soy….
—Y eso es lo que ha detonado en ti como una bomba
de tiempo.
—Sí, así es —asintió con valentía Amelia—. Me ha
dejado fuera de combate.
—¡Enhorabuena, Amelia! Estás mostrando un coraje y
un arrojo extraordinarios.
—Gracias a ti, Andrea, que has sabido hacérmelo
ver.
—Yo te lo he puesto delante de tus ojos, pero tú lo
has visto sin resistirte. La verdad no siempre es fácil de encajar, y más
cuando se muestra con tanto dolor.
—¡Sí!, me ha dolido tanto que creía morir —reconoció
Amelia.
—Quizás porque has vuelto a renacer…
—No lo había pensado, pero sí…. Tiene sentido —dijo
esperanzada Amelia. Y ahora, ¿qué hago?
—¿Qué tal si vuelves a tus orígenes y vuelves a ser
quien, en realidad, eres?
—Pero, ¿cómo se hace eso? No sé ni por dónde
empezar. Me siento perdida ….
—Bueno, para eso estás aquí, ¿no? Poco a poco irás
quitando capas de la cebolla hasta llegar a esa niña que hay dentro de ti, y
Paulita puede ser tu mejor maestra, si tú se lo permites. Los niños tienen una
sabiduría innata que los mayores no sabemos ver. Mira… te voy a mandar una tarea
que harás día a día hasta la próxima sesión. ¿Lista para ponerte las pilas?
—Sí, estoy lista.
—Así me gusta. ¡Esa es la actitud! La mujer que
tengo frente a mí, no es la misma que entró por esa puerta hace una hora. ¿No
será que las puertas tienen algo mágico?
—Jajajaajaj —terminó riendo Amelia—. Puede ser,
puede ser.
—Pues ya que estamos, vamos a aprovechar la magia
de las puertas. Cuando salgas por esta puerta, quiero que te imagines que
sucede un milagro: nada más salir por ella, vuelves a ser esa niña, y cada día,
nada más levantarte, escribes en una libreta cuatro o cinco pequeñas cosas que
esa niña haría. De esas cuatro o cinco, escoges una y la haces. Cada vez que
hagas una, la subrayas. Y así cada día hasta la próxima sesión. Cuando vuelvas
a consulta, quiero que me traigas ese cuaderno. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —asintió emocionada Amelia—. Es
hacer como si ya fuera esa niña.
—¡Así es! —le confirmó Andrea, satisfecha, al ver
la luz en sus ojos.
Amelia salió de la consulta ligera, se sentía diferente,
como si se hubiese quitado un gran peso de encima. Se fue a su casa. Se dio una
generosa ducha. Buscó una libreta y se sentó en el sofá. Al día siguiente,
cuando entró en clase se sentía una mujer nueva, y los niños lo notaron. Nunca
la habían visto sonreír de esa manera. Empezó a preguntarles, uno a uno, “cómo
se sentían y qué habían hecho la tarde anterior”. Al principio les costó tomar
confianza porque todavía guardaban en su recuerdo a la Seño Gutiérrez de antes,
pero llegó un momento en que se soltaron, y empezaron a hablar abiertamente.
Hasta Mario se animó. Amelia comprendió en ese momento que el milagro ya había
ocurrido: los niños le habían abierto sus corazones, y ella había conectado con
ellos por primera vez. La experiencia fue tan maravillosa e intensa que se
sentía flotar en el aire. Les dijo a los niños que sacasen los palitos. Los
niños fueron a coger cada uno su caja para sentarse, a continuación, en sus
mesas. Ellos esperaban que la Seño les repartiese una ficha, y descubrieron
asombrados que no fue así. Ella les miraba ilusionada como una niña más, y como
vio en sus miradas que estaban esperando a que les dijese algo, les propuso al
fin la tarea.
—¡Esta mañana no vamos a utilizar los palitos para
contar sino para…! ¡SOÑAR!
—¿Cómo? —preguntó
Alicia perpleja y desconcertada—. No sé qué tengo que hacer. No sé cómo se hace
eso.
—Bueno, tenemos la gran suerte de contar entre
nosotros con la mejor maestra —dijo señalando a Paulita, al tiempo que sonreía
y le guiñaba un ojo con complicidad—. Yo mismo pienso aprender de ella.
Dedicado a todos aquellos que se atreven a soñar.
(Mateo 18:3)
Suscríbete para recibir notificaciones de nuevas publicaciones

No hay comentarios:
Publicar un comentario