domingo, 21 de diciembre de 2025

Los palitos son para soñar (3): Revelación y renacimiento. Un relato terapéutico sobre la niña interior y el miedo a ser.

 



Esa niña me saca de quicio.

La caída.

Revelación y renacimiento.

La psicóloga, en cuanto le dijeron que estaba allí, la hizo pasar a su consulta.

—Cuéntame Amelia —le dijo mientras contemplaba su rostro desencajado.

—Pues…. Es…. Es… esa niña. Me ha hecho sentir……. — respondió con voz trémula, tratando encontrar en su mente la palabra exacta.

—Vulnerable y rota… -—terminó por completar Andrea.

—Sí…… —asintió como un animal herido.

—Esa niña te está impulsando para que salgas del pozo en el que te has metido.

—¿Cómo? —reaccionó escandalizada Amelia, recuperando la voz de golpe.

—Lo que oyes. Esa niña ahonda en la herida que te desangra por dentro, porque esa niña es un reflejo de lo que eres y fuiste, pero que no te atreves a admitir.

La revelación de la terapeuta se abrió paso en el cerebro de Amelia, como lo hace el sol en un amanecer nublado, y la esperanza empezó a anidar en su castigado corazón.

—¡Ahora lo entiendo…! De pequeña era así, pero lo olvidé. Me dejé derrotar y me camuflé para sobrevivir. Me di cuenta de que, si hacía lo que los demás esperaban de mí, las cosas empezaban a ir bien. Y así, me fui envolviendo en capas como si fuera una cebolla hasta desconectar de quién era. Recuerdo que adoraba la fotografía y que jugaba a ser una fotógrafa que viajaba por el mundo para captar lugares y momentos increíbles. Mi madre no lo entendía, y no me compró esa cámara que tanto deseaba. Ella pensaba que lo mejor era estudiar para maestra, y sacarme una plaza para tener un puesto fijo. De hecho, cuando tuve mi primer sueldo, lo primero que hice fue comprarme una cámara de las más caras, pero la dejé arrinconada, al igual que mis sueños.

—Ya, las madres siempre quieren lo mejor para sus hijos, y lo hacen con la mejor de las intenciones, pero nadie más que uno sabe lo que quiere realmente, ¿verdad?

—Sí, así es —respondió Amelia, sintiéndose cada vez más aliviada.

—Ummmmm, y esa niña esta mañana, ¿qué crees que te ha mostrado?

—Me ha mostrado que ella no está dispuesta a renunciar a ser quien ya es por nada del mundo.

—¡Wow! ¡Eso es! ¿Y algo más? —preguntó Andrea excitada por la sorprendente evolución de Amelia.

—Sí…… que su mayor miedo es terminar siendo la persona que ahora soy….

—Y eso es lo que ha detonado en ti como una bomba de tiempo.

—Sí, así es —asintió con valentía Amelia—. Me ha dejado fuera de combate.

—¡Enhorabuena, Amelia! Estás mostrando un coraje y un arrojo extraordinarios.

—Gracias a ti, Andrea, que has sabido hacérmelo ver.

—Yo te lo he puesto delante de tus ojos, pero tú lo has visto sin resistirte. La verdad no siempre es fácil de encajar, y más cuando se muestra con tanto dolor.

—¡Sí!, me ha dolido tanto que creía morir —reconoció Amelia.

—Quizás porque has vuelto a renacer…

—No lo había pensado, pero sí…. Tiene sentido —dijo esperanzada Amelia. Y ahora, ¿qué hago?

—¿Qué tal si vuelves a tus orígenes y vuelves a ser quien, en realidad, eres?

—Pero, ¿cómo se hace eso? No sé ni por dónde empezar. Me siento perdida ….

—Bueno, para eso estás aquí, ¿no? Poco a poco irás quitando capas de la cebolla hasta llegar a esa niña que hay dentro de ti, y Paulita puede ser tu mejor maestra, si tú se lo permites. Los niños tienen una sabiduría innata que los mayores no sabemos ver. Mira… te voy a mandar una tarea que harás día a día hasta la próxima sesión. ¿Lista para ponerte las pilas?

—Sí, estoy lista.

—Así me gusta. ¡Esa es la actitud! La mujer que tengo frente a mí, no es la misma que entró por esa puerta hace una hora. ¿No será que las puertas tienen algo mágico?

—Jajajaajaj —terminó riendo Amelia—. Puede ser, puede ser.

—Pues ya que estamos, vamos a aprovechar la magia de las puertas. Cuando salgas por esta puerta, quiero que te imagines que sucede un milagro: nada más salir por ella, vuelves a ser esa niña, y cada día, nada más levantarte, escribes en una libreta cuatro o cinco pequeñas cosas que esa niña haría. De esas cuatro o cinco, escoges una y la haces. Cada vez que hagas una, la subrayas. Y así cada día hasta la próxima sesión. Cuando vuelvas a consulta, quiero que me traigas ese cuaderno. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —asintió emocionada Amelia—. Es hacer como si ya fuera esa niña.

—¡Así es! —le confirmó Andrea, satisfecha, al ver la luz en sus ojos.

Amelia salió de la consulta ligera, se sentía diferente, como si se hubiese quitado un gran peso de encima. Se fue a su casa. Se dio una generosa ducha. Buscó una libreta y se sentó en el sofá. Al día siguiente, cuando entró en clase se sentía una mujer nueva, y los niños lo notaron. Nunca la habían visto sonreír de esa manera. Empezó a preguntarles, uno a uno, “cómo se sentían y qué habían hecho la tarde anterior”. Al principio les costó tomar confianza porque todavía guardaban en su recuerdo a la Seño Gutiérrez de antes, pero llegó un momento en que se soltaron, y empezaron a hablar abiertamente. Hasta Mario se animó. Amelia comprendió en ese momento que el milagro ya había ocurrido: los niños le habían abierto sus corazones, y ella había conectado con ellos por primera vez. La experiencia fue tan maravillosa e intensa que se sentía flotar en el aire. Les dijo a los niños que sacasen los palitos. Los niños fueron a coger cada uno su caja para sentarse, a continuación, en sus mesas. Ellos esperaban que la Seño les repartiese una ficha, y descubrieron asombrados que no fue así. Ella les miraba ilusionada como una niña más, y como vio en sus miradas que estaban esperando a que les dijese algo, les propuso al fin la tarea.

—¡Esta mañana no vamos a utilizar los palitos para contar sino para…! ¡SOÑAR!

—¿Cómo?  —preguntó Alicia perpleja y desconcertada—. No sé qué tengo que hacer. No sé cómo se hace eso.

—Bueno, tenemos la gran suerte de contar entre nosotros con la mejor maestra —dijo señalando a Paulita, al tiempo que sonreía y le guiñaba un ojo con complicidad—. Yo mismo pienso aprender de ella.

 @ana.escritora.terapeuta.

Dedicado a todos aquellos que se atreven a soñar.

 … Y dijo: De cierto, os digo, que, si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

(Mateo 18:3)

Suscríbete para recibir notificaciones de nuevas publicaciones

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La vieja taza

  La vieja taza del abuelo, esmaltada y desconchada, conservaba desvaídas reminiscencias de un rojo ya extinto. Era una reliquia familiar ob...