La caída.
Mientras Mario luchaba con los palitos para lograr
su media hora de libertad, la seño les propuso a sus compañeros un dibujo sobre
lo que querían ser de mayores. En tanto
que los niños dibujaban, no se sabe muy bien, si sus anhelos o lo de sus
padres, Paulita se entregó en cuerpo y alma a sus ensoñaciones más profundas.
Se dibujó así misma como una pirata que surcaba los cielos, para luego bajar a
la tierra y abrir las jaulas de los pájaros, dejándolos volar libres. Debajo
del dibujo escribió con letras mayúsculas: YO SOY.
Cuando la Seño consideró que ya era el momento de
terminar los dibujos, los niños fueron apurando sus creaciones para dejarlas
listas. Todos, menos Paulita, que seguía soñando con los ojos abiertos.
“¡Ay!” —suspiró, resignada, para sus adentros—. “¡Qué
cruz, la mía!” —y fue pasando mesa por mesa para ver los dibujos.
—¡Alicia! ¡Genial! ¡Quieres ser médico como tu papá
para curar a la gente! Te voy a poner un corazón y una sonrisa para que le
enseñes el dibujo cuando llegues a casa.
—Marina, veo que quieres ser maestra. Muy bien. Muy
buena profesión la de enseñar a los niños. Ahí va un corazón y una sonrisa.
—Eduardo…. ¿Youtuber? ¿Y eso es una profesión?
—Álvaro… ¿Futbolista? Uf …. Hay que ser más
realistas…
—Sandra quieres ser enfermera. Eso está muy bien.
Aquí tienes.
—Corina…. ¡Ser famosa no es una profesión! Madre
mía…
Se iba a acercar a Paulita cuando se acordó de
Mario. Así que se giró y se volvió hacia él.
—Mario, ¿todavía no has terminado?
—Sí… respondió tímido y dubitativo.
—¿Y por qué no me has dicho nada? —preguntó incrédula.
—Pues porque… porque… porque no me atrevía…
—¿Por qué no te atrevías?
—Pues porque… porque…. Porque no quiero equivocarme
y quedarme sin recreo…. —respondió al fin armándose de valor.
—Bueno…. Venga…. Déjame que lo corrija. Vamos a
ver….
La seño se puso a comprobar las cantidades, y se
quedó abrumada. ¡Las había puesto todas bien! No se lo podía creer. Con el
tiempo que llevaba sin conseguir apenas algún avance, y en media hora ¡ya sabía
hacerlas!, ¡y no solo eso, sino una de las fichas más difíciles!
—¡Una simple
mocosa y en una miserable media hora! —pensó escandalizada mientras su mundo
se desmoronaba.
Mario esperaba nervioso y lleno de temor la dura
sentencia, y como la Seño no decía nada, se atrevió a preguntar:
—¿Me he equivocado?
—No, no te has equivocado…. Las has hecho todas
bien- dijo al fin con un tono entre lastimero y desconcertado.
—Entonces… —prosiguió el muchacho todavía incrédulo,
mientras contenía a duras penas su entusiasmo—. ¿Mañana puedo salir al recreo?
—Sí… mañana, sí —respondió la Seño confusa y dolida
en su amor propio.
La maestra tragó saliva y, tratando de recobrar una
fingida entereza, se aproximó al pupitre de Paulita. La niña ya había terminado
su dibujo, y lo exhibía orgullosa entre sus manos. La Seño lo miró sin entender
nada.
—Paulita… —dijo tratando de apaciguar su creciente
tormenta interior—. No entiendo nada. ¿Qué es esto?
—¡Pues lo que soy! Yo seré de mayor lo que ya soy.
Una libertadora de pájaros. Me gusta verlos volar en libertad, y, siempre que
puedo, les abro la puerta de la jaula. ¿Sabes, seño? Ellos están tan presos
como nosotros, solo que no nos damos cuenta.
—Paulitaaaaaaaaaaa……! ¡Por el amor de Dios! ¡Eso que
dices es absurdo! Nosotros somos libres, y los pájaros, te guste o no, son de
sus dueños, y no está nada bien que vayas por ahí abriendo jaulas.
—Lo que no está bien es que los metan en cárceles —defendió
Paulita con entereza—. Seño, ¿a qué le tienes miedo?
—¿Yo? —preguntó escandalizada y casi dando un
respingo—. ¿A qué viene esa pregunta?
—Mi abuela, que sabe mucho, dice que todas las personas
tenemos miedo de algo.
—¿Y tú, a qué le tienes miedo? —preguntó la maestra
en un intento de recuperar el control de la situación.
—Tengo miedo a… a… ser… —dijo Paulita mirándole a los
ojos, casi sin atreverse a decirle lo que estaba pensando.
Pero no hizo falta que terminara la frase porque la
Seño lo supo de inmediato, y esa certeza le martilleó el corazón con un
aguijonazo tan fuerte que sintió que se partía en dos.
—Tienes miedo de ser como yo… —completó casi sin
voz una derrotada y casi sin vida Seño Gutiérrez.
El timbre sonó en su rescate. La maestra trató de
recomponer sus pedazos rotos e hizo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban.
—Bueno —les dijo con la voz apagada y entrecortada-
podéis recoger vuestras cosas.
Después les hizo con la mano la señal de costumbre,
y los niños salieron del aula. A continuación, y una vez que se quedó a solas,
tomó sus pertenencias y se marchó, sin esperar ni despedirse de sus compañeros,
como acostumbraba. Se montó en el coche y lo condujo como alma en pena hasta su
casa. Nada más llegar, lo primero que hizo fue telefonear a su terapeuta
personal para que le diera una cita urgente para ese día. Se la dieron para las
5.00 de la tarde. Llegó puntual, y sin apenas haber comido; tenía el cuerpo
descompuesto y sentía una ansiedad que la devoraba por dentro.
@ana.escritora.terapeuta
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