El mundo
de los cuentos tradicionales estaba patas arriba. El narrador no daba de sí en
un barco donde, cada vez, se abrían más brechas. Blancanieves se negaba a pasar
media vida aletargada esperando al príncipe azul; los tres cerditos se cansaron
de tener que huir del lobo y se aliaron con Caperu para darle matarile;
Rapunzel, la niña hechicera, estaba harta de su larga cabellera y se rapó la
cabeza. “Ay qué cruz”, se lamentaba para después tratar de consolarse, “al
menos Cenicienta no ha aparecido por aquí”. Pero la Ceni acudió a visitarlo con
el entrecejo fruncido y cara de pocos amigos.
—Señor
narrador, me las piro de aquí. He venido a despedirme.
—¿Cómo?
¿Por qué? ¿Te han comido la cabeza las feministas con eso de la igualdad?
—No, me
han visitado para reclutarme y cambiarme la historia, pero paso de guionistas.
Yo quiero narrar mi propia vida. No quiero consignas ni proclamas que no sean
las mías.
—¿Y qué
vas a hacer? No se puede salir de una narración, así como así.
—Lo
tengo todo planeado. Ya verás… será divertido.
—¿No
puedo hacer nada para detenerte? —preguntó el narrador lanzando su último
cartucho.
—Mírame
—le contestó con decisión la Ceni, ¿tú crees que puedes hacerme cambiar de
opinión a estas alturas de la película?
—No… —le
contestó el narrador desanimado.
La Ceni
se fue a su cuento. Se dispuso a seguir la trama. Fregó la casa, asistió a sus
hermanastras y les sonrió sus disparates. Todo parecía ir miel sobre hojuelas,
y hasta el narrador pensó que la Ceni se había retractado. Llegó la noche del
gran baile y, una vez que sus hermanastras marcharon a palacio, La Ceni se
dispuso a lloriquear en la despensa. Le costó trabajo empapar su rostro porque
no sentía la más mínima pena, pero empezó a pensar en lo que significaría para
ella seguir atada a esa narración y las lágrimas le brotaron con facilidad. A los
pocos minutos, ya estaba el Hada madrina para rescatarla como tantas veces
durante tantos años…
—No
llores mi vida. ¿Qué deseas? Tus deseos para mí son órdenes.
—Deseo
lo de siempre: vestido, carroza, chapines para mí y un chapín especial para mi
hermana mayor. Quiero que sea tan especial que sólo a ella le esté bien.
—Pero
Ceni… te estás saltando el guion. Tenías que decirme lo desgraciada que eras y
yo conseguirte lo que necesitabas para escapar de la situación. ¿Y eso del
chapín especial? ¿A qué viene? ¿Qué estás tramando?
—Pues
verás, dos cosas: soy desgraciada y quiero escapar de la situación, y eso
incluye escapar de este maldito cuento que me tiene… ¡hasta las narices!; y,
además, tú eres un hada madrina y como, bien dices, tienes que obedecerme
porque mis deseos son órdenes.
—¡Vaya
por Dios! Pues es cierto, tengo que obedecerte. ¡Ay madre!, Ceni, la que vas a
liar…
El Hada
madrina cumplió los deseos de Ceni. Ceni deslumbrante acudió a palacio montada
en una espléndida carroza. Cuando entró en el salón de baile, todos quedaron
admirados de su belleza y gran porte. El príncipe, encandilado, fue a recibirla
con los brazos abiertos y la agasajó con cumplidos y mazapanes durante el
baile. A Ceni, se le hacía larga la espera, pero al final, las campanadas del
reloj dieron las doce.
—¡Por
fin! —exclamó triunfal— príncipe, discúlpame, pero tengo que irme.
Cení se
recogió los bajos de su voluminoso traje y echó a correr como alma que se la lleva
el diablo. Tuvo especial cuidado de quitarse sus chapines después de bajar las
escalinatas, y dejar en el último escalón el chapín especial. El príncipe quedó
desconsolado, pero al encontrar el chapín recuperó la esperanza de encontrar a
Ceni. Al fin y al cabo, ya lo había hecho cientos de veces, así que una vez más…
Al día
siguiente se publicó el edicto real: Un paje, acompañado de su alteza el príncipe,
visitaría cada una de las casas de las damas invitadas al baile. La dama cuyo
pie calzase el chapín a la perfección sería la nueva princesa. Y así fue como
después de llevar una veintena de casas, paje y príncipe llegaron a la casa de
la madrasta de Ceni. Como era de esperar, las hermanastras estaban tan ansiosas
que bizqueaban más de lo normal. El príncipe quería saltarse el paso, pero como
estaba en el guion… hizo de tripas corazón y le probó el zapato a la mayor. El chapín
encajó a la perfección y al príncipe casi que le da un patatús.
—¡No
puede ser! ¡Tiene que haber un error!
—No, su
alteza, el chapín es perfecto para este pie. Tenemos delante de nosotros a la
nueva princesa —le contestó el paje socarrón.
—¡Me
niego! Hay otra dama en esta casa, ¿Verdad?
—No, no
hay más damas aparte de mis dos hijas. Sólo una criada y creo que, ahora mismo,
ni está. Y mi hija ha cumplido con la condición. El chapín está hecho a su
medida —recalcó la madrastra tajante.
Era cierto,
la Ceni no estaba allí. Poco antes de que llegase la comitiva real, había
partido con un hatillo de ropa y unos cuantos ahorros. Quería hacerse a la mar
y correr aventuras. Sentir el sol y el salitre en su piel. Oír el sonido de las
gaviotas mecerse al compás de las olas mientras oteaba horizontes desde la
cubierta de un barco. Su corazón palpitaba de emoción. Por primera vez en su
vida, era la narradora de su propia historia.
@ana.escritora.terapeuta.
¡Me encanta! Me ha resultado original y actual. 😊😘
ResponderEliminarGracias, Rosa.
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