La verdadera libertad del ser
humano no puede serle arrebatada. Es una libertad más allá de su cuerpo, más
allá de las condiciones que lo rodeen por muy adversas que sean. Pueden
confinarte, apresarte, someterte a presiones físicas o psíquicas, pero si tú no
lo decides, no pueden despojarte de tu libertad interior. Viktor Frank,
psicólogo, prisionero en un campo de concentración nazi, hablaba de prisioneros
que iban a consolar a otros prisioneros ofreciéndoles su único mendrugo de pan.
Ante la desolación y la dura lucha por la supervivencia, le daban sentido a su
sufrimiento anteponiendo su dignidad personal. Sin, embargo, otros, acababan
cediendo su valor como personas para tratar de sobrevivir un día más. De modo
que “el tipo de persona en que se convertía un prisionero era más el resultado
de una decisión personal que el producto de la tiranía del Lager” (Viktor
Frank, pag 96)
Se da la paradoja de que las
personas, aún disponiendo de su tiempo y de sí mismas, en realidad, pueden estar
más esclavizadas que otras que están bajo algún tipo de enclaustramiento o
limitación. La libertad no es decidir dónde tomarse el café ni a qué lugar ir
de vacaciones en verano. Es algo mucho más profundo y sutil. Implica
comprometerse con uno mismo; elegir por encima de todo, incluso de la
presión social y de situaciones límite; alinearte con tus propios valores y
ejercer la dignidad comportándote como en realidad deseas, no como otros
esperan.
La libertad interior es lo que
nos hace humanos. El miedo nos aleja de nosotros mismos, nos embrutece. Y es a
través de miedo como juegan a doblegar a las personas. Ninguna otra emoción es
más poderosa para ejercer el control. Un control que va deslizándose en la
mente de las personas en forma de creencias limitantes. Hay toda una
programación mental encubierta. Está difuminada y extendida. Es difícil verla,
pero está por todos lados. Medios de comunicación; aluvión de sobreinformación sesgada
en internet; programas educativos, consignas huecas…. De tal suerte, que
una gran mayoría siente que piensa, cuando en realidad, es pensada.
Lo más codiciado es ese último
reducto de la libertad humana. George Orwell, en su novela 1984, lo hizo patente. A continuación, voy a transcribir fragmentos
de su novela:
—“Te explicaré por qué nos
molestamos en curarte. Tú, Wiston, eres una mancha que debemos borrar… cuando
por fin te rindas de nosotros, tendrá
que impulsarte a ello tu libre voluntad. No destruimos a los herejes mientras
se nos resisten... Los convertimos, captamos su mente, los reformamos”.
—“Nunca te figures que vas a
salvarte, Wiston, aunque te rindas por completo. Nunca te escaparás de nosotros….
Te aplastaremos hasta tal punto que no podrás recobrar tu antigua forma… Nunca podrás
experimentar de nuevo un sentimiento humano. Todo habrá muerto en tu interior. Nunca más serás capaz de amar, de
amistad, de disfrutar de la vida, de reírte, de sentir curiosidad por algo, de
tener valor, de ser un hombre íntegro. Estarás
hueco. Te vaciaremos y te rellenaremos de…nosotros”.
Los que hemos leído 1984 sabemos
que Wiston acaba amando al Gran Hermano. Fue un acto de miedo que emergió de su
libre voluntad lo que lo llevó a ello. La gran lucha no es por los recursos, ni
por el dinero ni por el poder, sino por arrebatarle a la Humanidad su bien más
preciado: la libertad.
@ana.escritora.terapeuta.
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