Era una apacible mañana en el pequeño pueblo de
Valdevaquerilla. Todo marchaba como siempre, a excepción de un extraño puesto
ambulante surgido de la nada. Detrás del mismo había un extraño hombrecillo que
vestía una túnica y un turbante dorados. En un letrero, escritas con grandes
letras, se leía: Se admiten quejas y ofensas.
Don Mateo, el alcalde, mandó a su único aguacil para
advertirle al comerciante que no podía instalar su puesto allí sin pedir previamente
permiso y pagar las tasas correspondientes. Isidoro, que así se llamaba el
aguacil, lo puso en conocimiento del mismo, tras lo cual, volvió de nuevo al
ayuntamiento.
—Bien,
cuéntame. ¿Qué vende? —preguntó el alcalde mientras se echaba un caramelo de
menta en la boca.
—Pues no sé
decirle… Creo que no vende nada. Regala tacos de notas para anotar quejas y
ofensas.
—¿En serio?
¡Es lo más absurdo y disparatado que he oído en mi vida! ¿Has puesto en su
conocimiento el requerimiento de solicitar una licencia para montar un puesto
ambulante, Isidoro? —le preguntó Mateo, mientras lo miraba inquisitivamente a
los ojos.
—Sí, mi
señor. Así lo he hecho, pero…
—Pero…
¿qué? Ha dicho que vendrá a solicitarla, ¿Verdad? ¿No es así, Isidoro?
—Podría
ser… No me ha dicho ni que sí ni que no. Me ha dado esto —dijo el aguacil, sacando
los dos tacos de notas de su cartera—: uno es para usted, y otro, para mí.
—¿Papeles?
¿Y para qué se supone que queremos papeles? —preguntó entre sobresaltado y
extrañado Mateo.
—Dice que
para que anotemos nuestras quejas y ofensas. Lo que usted me diga, señor.
¿Quiere que lo desaloje de la plaza?
—No,
hombre, no seas bruto. Todavía tenemos que darle algo de tiempo para que venga
a hacer la solicitud. Y además…, ¡para una vez que pasa algo en este pueblo…!
—exclamó Mateo con la mirada perdida.
—Bueno, si
no hay nada más por lo que se me requiera, me retiro a mi puesto —dijo Isidoro
a modo de despedida. Esperó un rato a que el alcalde le contestase y, como vio
que estaba en otro mundo, se marchó en silencio a sus asuntos.
La mente de
Mateo vagaba muy lejos en el tiempo. Visitaba las imágenes que poblaban sus
anhelos y deseos de juventud. Él siempre se imaginó viviendo en la gran ciudad,
con un puesto político de los buenos. Esos que ameritan un gran despacho y
reconocimiento social. Se veía elegante, bien trajeado y ocupándose de
cuestiones importantes. Pero…Lucas, ese trepa malnacido, le quitó el sitio.
Tenía un padrino con más poder, y él, con su enorme valía, quedó relegado a
ejercer de alcalde de un pueblucho como el de Valdevaquerilla. Era pensarlo y
crisparse, ya tenía los puños fuertemente contraídos cuando una mosca empezó a
rondarle. Al principio, ofuscado como estaba, pensando en la cara odiosa de
Lucas no le prestó atención y la ignoró. La mosca tomó confianza y se volvió
atrevida. Trató de espantarla con la mano, como se hace cuando se tienen malos
pensamientos, pero la mosca empezó a merodearle con más insistencia.
Mateo, tuvo
que abandonar sus deseos de venganza para otra ocasión. Se dirigió hacia el
mueble aparador, y tomó un spray insecticida con el que roció sin piedad a la
osada mosca. Tras consumar el asesinato, se sintió mareado, y abrió la ventana
para que el aire renovase la intoxicada atmósfera del despacho.
Se sentó
aturdido y contrariado en su sillón, y puso las manos sobre el escritorio. Sus
ojos se posaron sobre el taco de notas. Observó que el aguacil se había llevado
el suyo. Pensó en cogerlo y, al mismo tiempo, pensó en no cogerlo. Tras unos
momentos de indecisión, se decidió a tomar el taco de notas. Pensó, “Total, del
aburrimiento no hay quien te saque, Mateo…”
Abrió el
primer cajón de su escritorio, sacó su preciada estilográfica montblanc y se
enfrentó al blanco inmaculado de las notas. Empezó a escribir. Al principio
tenía que pararse a pensar lo que escribía, pero llegó un momento en el que
parecía que la estilográfica iba sola. Terminó de llenar todas las notas en un
periquete. Miró el reloj. Habían pasado sólo 5 minutos desde que empezó a
escribir. “Caray, pues sí que tengo quejas acumuladas de años. Me faltan más
notas…”
(fragmento
del relato Quejas y ofensas)
Ana
Cristina González Aranda
@ana.escritora.terapeuta
Suscríbete para recibir notificaciones de nuevas publicaciones