La
energía más potente y poderosa que mueve el mundo es el amor. El amor genuino
nace en ti y hacia ti, para luego extenderse al otro. En el camino hacia nuestra
realización personal hay espejismos que nos apartan de nuestro sendero, y que
limitan nuestra expansión y crecimiento. Sin darnos cuenta, nos deslizamos
hacia la pendiente. Y cuando menos lo esperamos, estamos colgados del
precipicio. Sucede porque hay automatismos y creencias fuertemente arraigados
que nos impulsan a consolidar el amor hacia nosotros mismos en la aprobación
social, en lugar del amor propio. Es más, con frecuencia se confunde el amor
propio con egoísmo. Nada más lejos de la realidad.
El amor
propio surge de un amor incondicional hacia ti mismo. Lo que significa que independientemente
de lo que ocurra en el exterior, siempre tendrás tu aceptación. Puedes
equivocarte, cometer errores, pifiarla. Pero eso no hará que te condenes ni te
culpes. Asumes tu responsabilidad, aprendes de tus errores y, si es posible,
corriges el resultado de tus acciones o decisiones. Después de una caída,
siempre tendrás la oportunidad de levantarte y recomponerte. De salir más
fuerte y airoso. De aprender y ser más sabio.
Cuando
te anclas en el amor propio no ves el exterior como una amenaza sino como una
oportunidad para crecer: de dentro afuera. El otro y su brillo no es sino un
estímulo de inspiración para que tú también puedas brillar, porque el éxito de
otro es la confirmación de tu propio éxito. El amor hacia ti conduce al amor
hacia el otro, al fortalecimiento interior y a la expansión. No temes porque no
te sitúas en tomar o recibir aprobación sino en dar y aportar valor a los
demás, lo que te coloca en una situación de abundancia y plenitud. Eres el que
das, no el que pide.
El amor que hunde sus raíces en la aprobación social es un amor condicionado a obtener logros, éxitos o cumplir expectativas; lo que te coloca en una situación de vulnerabilidad. Si no consigues lo esperado, surgen la culpa, el miedo y el rechazo. Por tanto, cada vez, te alejas más de ti mismo en el espejo distorsionado de los demás. El movimiento es de fuera hacia dentro.
En el amor condicionado, el exterior
se convierte en un escenario peligroso donde reina la amenaza del otro. Para
brillar tienes que aferrarte al control externo, opacar al otro. Compites para
ser. Paradójicamente, cada vez que intentas ser más fuerte, te debilitas
interiormente y te contraes. Surge la envidia y el rencor hacia uno mismo, en
tanto, que no recibes o tomas de los demás lo que ansías para ser. Este camino
te coloca en una situación de carencia: eres el que pides. Y si pides es porque
no tienes para dar.
Ana
Cristina González Aranda.
@ana.escritora.terapeuta.
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