viernes, 14 de marzo de 2025

!Maldita mosca!

 


Era una apacible mañana en el pequeño pueblo de Valdevaquerilla. Todo marchaba como siempre, a excepción de un extraño puesto ambulante surgido de la nada. Detrás del mismo había un extraño hombrecillo que vestía una túnica y un turbante dorados. En un letrero, escritas con grandes letras, se leía: Se admiten quejas y ofensas.

Don Mateo, el alcalde, mandó a su único aguacil para advertirle al comerciante que no podía instalar su puesto allí sin pedir previamente permiso y pagar las tasas correspondientes. Isidoro, que así se llamaba el aguacil, lo puso en conocimiento del mismo, tras lo cual, volvió de nuevo al ayuntamiento.

—Bien, cuéntame. ¿Qué vende? —preguntó el alcalde mientras se echaba un caramelo de menta en la boca.

—Pues no sé decirle… Creo que no vende nada. Regala tacos de notas para anotar quejas y ofensas.

—¿En serio? ¡Es lo más absurdo y disparatado que he oído en mi vida! ¿Has puesto en su conocimiento el requerimiento de solicitar una licencia para montar un puesto ambulante, Isidoro? —le preguntó Mateo, mientras lo miraba inquisitivamente a los ojos.

—Sí, mi señor. Así lo he hecho, pero…

—Pero… ¿qué? Ha dicho que vendrá a solicitarla, ¿Verdad? ¿No es así, Isidoro?

—Podría ser… No me ha dicho ni que sí ni que no. Me ha dado esto —dijo el aguacil, sacando los dos tacos de notas de su cartera—: uno es para usted, y otro, para mí.

—¿Papeles? ¿Y para qué se supone que queremos papeles? —preguntó entre sobresaltado y extrañado Mateo.

—Dice que para que anotemos nuestras quejas y ofensas. Lo que usted me diga, señor. ¿Quiere que lo desaloje de la plaza?

—No, hombre, no seas bruto. Todavía tenemos que darle algo de tiempo para que venga a hacer la solicitud. Y además…, ¡para una vez que pasa algo en este pueblo…! —exclamó Mateo con la mirada perdida.

—Bueno, si no hay nada más por lo que se me requiera, me retiro a mi puesto —dijo Isidoro a modo de despedida. Esperó un rato a que el alcalde le contestase y, como vio que estaba en otro mundo, se marchó en silencio a sus asuntos.

La mente de Mateo vagaba muy lejos en el tiempo. Visitaba las imágenes que poblaban sus anhelos y deseos de juventud. Él siempre se imaginó viviendo en la gran ciudad, con un puesto político de los buenos. Esos que ameritan un gran despacho y reconocimiento social. Se veía elegante, bien trajeado y ocupándose de cuestiones importantes. Pero…Lucas, ese trepa malnacido, le quitó el sitio. Tenía un padrino con más poder, y él, con su enorme valía, quedó relegado a ejercer de alcalde de un pueblucho como el de Valdevaquerilla. Era pensarlo y crisparse, ya tenía los puños fuertemente contraídos cuando una mosca empezó a rondarle. Al principio, ofuscado como estaba, pensando en la cara odiosa de Lucas no le prestó atención y la ignoró. La mosca tomó confianza y se volvió atrevida. Trató de espantarla con la mano, como se hace cuando se tienen malos pensamientos, pero la mosca empezó a merodearle con más insistencia.

Mateo, tuvo que abandonar sus deseos de venganza para otra ocasión. Se dirigió hacia el mueble aparador, y tomó un spray insecticida con el que roció sin piedad a la osada mosca. Tras consumar el asesinato, se sintió mareado, y abrió la ventana para que el aire renovase la intoxicada atmósfera del despacho.

Se sentó aturdido y contrariado en su sillón, y puso las manos sobre el escritorio. Sus ojos se posaron sobre el taco de notas. Observó que el aguacil se había llevado el suyo. Pensó en cogerlo y, al mismo tiempo, pensó en no cogerlo. Tras unos momentos de indecisión, se decidió a tomar el taco de notas. Pensó, “Total, del aburrimiento no hay quien te saque, Mateo…”

Abrió el primer cajón de su escritorio, sacó su preciada estilográfica montblanc y se enfrentó al blanco inmaculado de las notas. Empezó a escribir. Al principio tenía que pararse a pensar lo que escribía, pero llegó un momento en el que parecía que la estilográfica iba sola. Terminó de llenar todas las notas en un periquete. Miró el reloj. Habían pasado sólo 5 minutos desde que empezó a escribir. “Caray, pues sí que tengo quejas acumuladas de años. Me faltan más notas…”

(fragmento del relato Quejas y ofensas)

Ana Cristina González Aranda

@ana.escritora.terapeuta

 

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