viernes, 9 de mayo de 2025

El minino


Caminaba sin prisas, segura de sus pasos. Era una tarde fría de invierno. Se desvió del trayecto habitual para acortar el camino de regreso a casa. Y allí estaba: en ese barrio sucio, solitario e inhóspito. Tres figuras emergieron entre los contenedores. Sus sombras se recortaban en el asfalto mientras se acercaban.

Elena oyó sus pasos y volvió la cabeza. Sabía que venían tras ella, y los esperó, observándolos desde la distancia. Vestían el típico atuendo de pandillero: gorras, sudaderas con capucha, pantalones amplios y caídos, y ostentosas cadenas. Se aproximaban, cada vez más cerca, cada vez más amenazantes.

El que parecía el líder iba en medio. Era bajito, delgado y con una mirada desdeñosa. Oteaba a su presa con descaro. Elena sintió cómo aquellos ojos pequeños y cínicos se clavaban en ella. Sus acompañantes, más jóvenes, le doblaban en altura. Uno rebasaba con creces la talla XXXL; el otro era tan escuálido que parecía tener que amarrarse la ropa para no perderla.

Al llegar a su altura, el jefecillo rompió el silencio con una voz ronca y atronadora:

Vaya, vaya, vaya… ¿Qué tenemos por aquí? Una viejecita indefensa —dijo con tono malicioso—. Has tenido suerte de encontrarte con nosotros. ¿Sabes que este barrio es muy, pero que muy peligroso?

Joven, pues no, no lo sabía. Permíteme presentarme: me llamo Elena. ¿Cómo te llamas tú?

¿Qué cómo me llamo yo? —repitió el jefecillo, incrédulo y sarcástico—. ¿Habéis oído eso?

Los dos chicarrones estallaron en carcajadas y gestos grotescos. Parecían dos simios escapados de un zoológico. Pido perdón a los simios por la comparación.

Señora, mejor nos saltamos las presentaciones. Entréguenos el bolso y podrá seguir su camino. Segura y a salvo.

Hmm… Ya veo. Joven, antes de darte mi bolso debo advertirte algo. Dentro llevo a mi gatito. Normalmente soy muy puntual con su comida, pero esta noche estaba en racha y se me pasó la hora en el bingo. Por eso tomé este atajo. Mi minino es inofensivo… salvo cuando tiene hambre.

¡Anda, qué sorpresa! ¡Si dentro del bolso hay un minino! ¡Vaya, vaya, vaya…! Chicos, esta noche nos ha tocado el gordo. ¡Odio los gatos! Mapache, acércate y agarra el bolso. Vamos a mandar a un minino al cielo.

Yo, de vosotros, no haría eso —advirtió Elena—. Está demasiado hambriento. Noto cómo se mueve dentro del bolso…

¡Mapache! —gritó el jefecillo, empujándolo hacia adelante—. ¡Hazlo ya!

Jefe… ¿y si es cierto? —preguntó Mapache, visiblemente inquieto.

¿Cómo va a ser cierto, pedazo de lelo? ¿Un gato dentro de un bolso? ¿Y qué si lo hay? ¿Le tienes miedo a un asqueroso gato?

Jefe, a mí me da muy mal rollo todo esto —intervino el grandullón.

¿Tú también, Quebrantahuesos? ¡No me lo puedo creer! ¿Pero de qué pasta estáis hechos? ¿Os da miedo una vieja?

No es la vieja, jefe… es lo que dice del bolso. Y mírala… está tan tranquila… —murmuró Quebrantahuesos.

Porque o está rematadamente loca… o es muy lista. ¡Menudo par de inútiles! ¡Lo haré yo! Pero olvidaros del botín: me lo quedo entero.

¡Ay, pobrecitos…! —exclamó Elena con pesar, dejando el bolso en el suelo—. Dios los tenga en su gloria.

¡Cállate, estúpida vieja! ¡A mí no me asustas con ese teatro! —gruñó el jefecillo, recogiendo el bolso.

Lo levantó del suelo y se volvió hacia sus compinches:

¡Vamos a los contenedores! Allí estaremos más tranquilos. Señora, váyase antes de que me arrepienta… y la mande al cielo con su minino.

Elena se alejó con paso rápido. Quería salir de allí cuanto antes. El suave tintineo de sus llaves en el bolsillo la reconfortó. Pensó en esa humeante y espesa taza de chocolate caliente que se prepararía nada más llegar a casa.


A la mañana siguiente, la ciudad amaneció con una noticia espeluznante. Todos los medios abrían con el mismo titular:

Tres cadáveres salvajemente mutilados aparecen en un barrio marginal”.

No se hablaba de otra cosa. Los encontraron junto a unos contenedores. Los forenses determinaron, por las marcas de mordida en huesos y tejidos, que podían ser obra de un felino de gran tamaño.

El desconcierto y el miedo se apoderaron de la población. Ningún zoológico había denunciado la fuga de ningún animal. El único felino hallado merodeando por la zona era un simpático e inofensivo minino.

En comisaría, tras dos horas de análisis, identificaron los cuerpos: Leoncio Ortiz, Ismael Serrano y Darío Beltrán. Tres conocidos pandilleros, con antecedentes penales, cuyos alias eran respectivamente: Quebrantahuesos, Garrote Vil y Mapache. Se sospechaba que poco antes de su muerte habían cometido un hurto. Cerca del lugar encontraron un bolso vacío, sin documentación, pero repleto de pelos de gato.

A las doce del mediodía, alguien llamó diciendo que sabía algo del caso. Un oficial tomó nota de sus datos:

Elena Rivera Mejías, 80 años, natural de Albacete, residente en Córdoba, empadronada en la plaza de Judá, número 8, barrio de la Judería.

Afirmaba que sobre las diez de la noche caminaba por el barrio cuando tres jóvenes intentaron robarle el bolso. Ella les advirtió que su gatito tenía hambre, pero no quisieron hacerle caso. Y entonces, pasó lo que pasó.

El oficial dejó de escribir. Se llevó las manos detrás de la nuca y se reclinó en su silla. Pensó que se trataba de otra chiflada buscando atención. Ya iba a colgar cuando recordó el bolso. Le pidió una descripción.

De piel verde, con asas rojas… y un escudo de armas bordado.

El agente se quedó paralizado, rígido como una estatua griega.

Joven, joven… ¿qué pasa? ¿Han encontrado a mi gato? Es un buen minino, pero hay que darle de comer a su hora…

@ana.escritora.terapeuta

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