viernes, 18 de julio de 2025

El dedo acusador : relato breve sobre rumores y traiciones.


El dedo acusador : relato breve sobre rumores y traiciones.

¿De qué trata este relato corto?

Este cuento narra la vida de Candela, una mujer que desde niña obtiene poder al señalar a los demás...

 

Candela Peñas tenía un vicio desde pequeña: le encantaba señalar con su dedo. Se chivaba de todo y de todos. Era un pequeño sabueso a la caza de pequeños delitos. Ya su abuela se lo decía: “ese dedo será tu perdición”. Pero Candela lograba cosas, la mejor de todas: atención.

En el colegio, los niños se cuidaban de ella. Una mañana, Carlitos se atrevió a esconder sus tijeras detrás de una maqueta. Creía que había pasado desapercibido. Lo único que quería era evitar recortar, cosa que odiaba. Llamó a la maestra con cara de preocupación.

—Seño, no encuentro las tijeras…

—¡Otra vez! ¡Carlos!, tienes que ser más cuidadoso con tus cosas. A ver…, Sara, cuando termines de recortar, le pasas tus tijeras a Carlos.

El dedo de Candela surcó el aire como un rayo.

—¿Qué pasa, Candela?

—Yo sé dónde tiene las tijeras. Las ha escondido detrás de la maqueta. ¡Lo he visto!

—¡Carlos! Ve a recoger las tijeras y no vuelvas a hacerlo.

Carlos, con la cabeza gacha y los pies a rastras se dirigió a la maqueta con una vergüenza que no le cabía dentro. Odió a Candela con todas sus fuerzas.

Candela fue creciendo y su dedo siguió señalando, pero se rodeó de sutileza. Pequeños descalabros y acusaciones la hicieron ser más cauta. Si quería ser bien vista entre sus iguales, tenía que encontrar otras formas menos evidentes.

Pasó de acusar ante los profesores a señalar entre sus compañeros. Se mostraba observadora y cauta en palabras, oyendo a unos y a otros, sin destacar. Cuando encontraba algo suculento, entonces pasaba a la acción. Una vez fijada la víctima, en su ausencia empezaba a murmurar y sacar fuera de contexto lo que había dicho: retorcía, desdecía y añadía cosas.

Para entonces lo que había comentado quien quiera que fuese ya no tenía nada que ver con lo que había dicho. Ya era un rumor que corría deslenguado y retorcido de una punta a otra. La persona afectada se sentía desconcertada por la corriente de miradas recelosas y el vacío que se encontraba a su paso.

Carla se encontró con Candela y sufrió su picadura. No sabía quién ni por qué conspiraba contra ella. Había dicho algo en apariencia inofensivo que fue captado como una oportunidad:
—No me gusta la nueva forma de vestir de Andrea —dijo—. Me encantaba cómo vestía antes, pero ahora, no sé por qué ha cambiado tanto.

No dijo más. El comentario se quedó en el aire como a la espera de disolverse por insignificante, pero unas manos diestras lo tomaron para tejer una tela de araña.

Minutos más tarde, a Andrea le llegó aderezado con veneno:
—No quiero meterme en problemas, te lo digo para que sepas con quién andas. Carla va riéndose a tus espaldas por la ropa que llevas. Me cuesta decírtelo, pero… dice que pareces una buscona.

El veneno surcó en el corazón de Andrea y sus allegadas, expandiéndose al resto de la clase.

Carla se convirtió, a ojos de sus compañeros, en una criticona con lengua de serpiente. Empezaron a evitarla y a rodearla de silencios.

Andrea no sería la última, Candela seguía escalando puestos y encontrando víctimas a su paso. Con los años fue perfeccionando su técnica. Lo mejor es que ella parecía tan inofensiva, tan calladita, tan respetuosa que nadie se apercibía de su dedo letal.

Pasaron los años. Ya no era una joven sino una mujer adulta con hijos. No había cesado en su vicio, sino que seguía puliéndolo.

Un día estaba lanzando un dardo para dar de lleno a una madre que se había atrevido a decir algo osado.

Tenía sobre ella esa mirada plena que tanto gustaba, se deslizaba como una araña sobre la expectación colgada al hilo de sus palabras. Sentía la euforia de la dopamina recorrer los circuitos de su cerebro.

—No es por meterme donde no me llaman, pero he oído acusaciones muy graves en boca de una de las madres…

Su éxtasis no le permitió apreciar las vibraciones…

¡Zas! No había ni terminado la frase cuando su dedo se irguió y la señaló con furor acusatorio. Candela con un esfuerzo que la sobrepasaba, trató de echarlo hacia atrás, pero fue en vano. Su interlocutor, la delegada de clase, la miraba atónita. La escena era grotesca: una madre luchando contra su propio dedo, que parecía cobrar vida propia. Parecía que se había vuelto loca.

Candela se rindió. En ese momento su dedo se calmó y volvió a ser una parte más de su cuerpo, sujeto a control voluntario. No terminó la frase, se despidió llena de vergüenza y se fue a su casa. Allí, rodeada de la intimidad de su hogar, una frase detonó en su cerebro:

Niña, ese dedo será tu perdición

Y por primera vez, entendió que era verdad.

 ¿Qué te hizo sentir esta historia?

¿Has vivido situaciones similares? ¿Qué opinas del personaje de Candela? Os leo en comentarios.

@ana.escritora.terapeuta.

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