El dedo acusador : relato breve sobre rumores y traiciones.
¿De qué trata este relato corto?
Este cuento narra la vida de Candela, una mujer que desde niña obtiene poder al señalar a los demás...
Candela Peñas tenía un vicio desde pequeña: le encantaba señalar con su dedo. Se chivaba de todo y de todos. Era un pequeño sabueso a la caza de pequeños delitos. Ya su abuela se lo decía: “ese dedo será tu perdición”. Pero Candela lograba cosas, la mejor de todas: atención.
En
el colegio, los niños se cuidaban de ella. Una mañana, Carlitos se atrevió a
esconder sus tijeras detrás de una maqueta. Creía que había pasado
desapercibido. Lo único que quería era evitar recortar, cosa que odiaba. Llamó
a la maestra con cara de preocupación.
—Seño,
no encuentro las tijeras…
—¡Otra
vez! ¡Carlos!, tienes que ser más cuidadoso con tus cosas. A ver…, Sara, cuando
termines de recortar, le pasas tus tijeras a Carlos.
El
dedo de Candela surcó el aire como un rayo.
—¿Qué
pasa, Candela?
—Yo
sé dónde tiene las tijeras. Las ha escondido detrás de la maqueta. ¡Lo he
visto!
—¡Carlos!
Ve a recoger las tijeras y no vuelvas a hacerlo.
Carlos,
con la cabeza gacha y los pies a rastras se dirigió a la maqueta con una
vergüenza que no le cabía dentro. Odió a Candela con todas sus fuerzas.
Candela
fue creciendo y su dedo siguió señalando, pero se rodeó de sutileza. Pequeños
descalabros y acusaciones la hicieron ser más cauta. Si quería ser bien vista
entre sus iguales, tenía que encontrar otras formas menos evidentes.
Pasó
de acusar ante los profesores a señalar entre sus compañeros. Se mostraba
observadora y cauta en palabras, oyendo a unos y a otros, sin destacar. Cuando
encontraba algo suculento, entonces pasaba a la acción. Una vez fijada la
víctima, en su ausencia empezaba a murmurar y sacar fuera de contexto lo que
había dicho: retorcía, desdecía y añadía cosas.
Para
entonces lo que había comentado quien quiera que fuese ya no tenía nada que ver
con lo que había dicho. Ya era un rumor que corría deslenguado y retorcido de
una punta a otra. La persona afectada se sentía desconcertada por la corriente
de miradas recelosas y el vacío que se encontraba a su paso.
Carla se encontró con
Candela y sufrió su picadura. No sabía quién ni por qué conspiraba contra ella.
Había dicho algo en apariencia inofensivo que fue captado como una oportunidad:
—No me gusta la nueva forma de vestir de Andrea —dijo—. Me encantaba cómo
vestía antes, pero ahora, no sé por qué ha cambiado tanto.
No dijo más. El comentario
se quedó en el aire como a la espera de disolverse por insignificante, pero
unas manos diestras lo tomaron para tejer una tela de araña.
Minutos más tarde, a Andrea
le llegó aderezado con veneno:
—No quiero meterme en problemas, te lo digo para que sepas con quién andas.
Carla va riéndose a tus espaldas por la ropa que llevas. Me cuesta decírtelo,
pero… dice que pareces una buscona.
El veneno surcó en el
corazón de Andrea y sus allegadas, expandiéndose al resto de la clase.
Carla se convirtió, a ojos
de sus compañeros, en una criticona con lengua de serpiente. Empezaron a
evitarla y a rodearla de silencios.
Andrea
no sería la última, Candela seguía escalando puestos y encontrando víctimas a
su paso. Con los años fue perfeccionando su técnica. Lo mejor es que ella
parecía tan inofensiva, tan calladita, tan respetuosa que nadie se apercibía de
su dedo letal.
Pasaron
los años. Ya no era una joven sino una mujer adulta con hijos. No había cesado
en su vicio, sino que seguía puliéndolo.
Un
día estaba lanzando un dardo para dar de lleno a una madre que se había
atrevido a decir algo osado.
Tenía
sobre ella esa mirada plena que tanto gustaba, se deslizaba como una araña
sobre la expectación colgada al hilo de sus palabras. Sentía la euforia de la
dopamina recorrer los circuitos de su cerebro.
—No
es por meterme donde no me llaman, pero he oído acusaciones muy graves en boca
de una de las madres…
Su
éxtasis no le permitió apreciar las vibraciones…
¡Zas!
No había ni terminado la frase cuando su dedo se irguió y la señaló con furor acusatorio.
Candela con un esfuerzo que la sobrepasaba, trató de echarlo hacia atrás, pero
fue en vano. Su interlocutor, la delegada de clase, la miraba atónita. La escena
era grotesca: una madre luchando contra su propio dedo, que parecía cobrar vida
propia. Parecía que se había vuelto loca.
Candela
se rindió. En ese momento su dedo se calmó y volvió a ser una parte más de su
cuerpo, sujeto a control voluntario. No terminó la frase, se despidió llena de
vergüenza y se fue a su casa. Allí, rodeada de la intimidad de su hogar, una
frase detonó en su cerebro:
Niña,
ese dedo será tu perdición
Y
por primera vez, entendió que era verdad.
¿Has vivido situaciones similares? ¿Qué opinas del personaje de Candela? Os leo en comentarios.
@ana.escritora.terapeuta.
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