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La niña llevaba un buen rato en la sala de espera del consultorio. Odiaba ese sitio. Lo sentía frío y feo, a pesar de que, las paredes estaban decoradas con ilustraciones de colores. Miraba a los otros niños que esperaban sentados junto a sus madres y, sobre todo, miraba a la señora que estaba tras el mostrador.
—Mamá, ¿falta
mucho tiempo para que nos atiendan? Me estoy aburriendo.
—Alma, siempre
tan impaciente. Anda, coge uno de esos juegos que están encima de la mesita.
El megáfono sonó
hueco en la estancia anunciando la siguiente visita:
—Alma Beltrán y
familia, pasen a consulta.
Alma y su madre
pasaron al despacho. Los recibió la psicóloga, sentada tras su escritorio de
madera. Las invitó a sentarse con amabilidad.
—¿Cómo estás
Alma? ¿Qué tal te ha ido el cole esta semana?
—Como siempre…
—contestó Alma con desgana.
—Vaya…, ya verás
como todo va a ir a mejor, Alma.
—Eso espero
—dijo con resignación la madre.
—Ya tenemos los
resultados de las pruebas. Son concluyentes. Confirman el diagnóstico de TDAH,
con predominio de déficit de atención.
—Vaya…—dijo la
madre con cierto pesar, pero también, con alivio de tener la confirmación de
algo a lo que agarrarse. —Me lo temía…
—Bueno,
afortunadamente, hoy día hay tratamientos para eso. No se preocupe, mujer. Todo
irá bien. ¿Puede dejarme un rato a solas con Alma? Luego la aviso para que
vuelva a entrar.
—sí, claro.
Alma, cariño, luego vuelvo. —Le dijo con afecto para, después, darle un beso en
la mejilla.
Alma y la psicóloga se quedaron a solas. Alma se removía inquieta en la
silla. Se sentía incómoda a solas con aquella mujer tan seria que se esforzaba
por parecer simpática.
—Alma, te voy a
hacer una pregunta. Quiero que me respondas sin prisas. ¿Estás preparada?
Alma asintió con
la cabeza sin decir nada.
—Bien, ahí va:
Cuando has llegado aquí, has pasado por la entradita. Esta tarde antes de
empezar la consulta, he hecho unos pequeños cambios. ¿Podrías decirme cuáles?
Alma estuvo un
buen rato pensando. Se esforzaba por capturar algo, pero era en vano. No había
visto nada; es más, ni siquiera había prestado atención. Se encogió de hombros.
—No.
—Pues eso es de
lo que quiero hablarte. Muchos niños como tú tienen problemas de atención. Les
cuesta centrarse, y, por eso, tienen problemas con los estudios. ¿Entiendes?
—No, no es eso.
—¿Cómo?
—preguntó sorprendida la psicóloga.
—Pues que no
presto atención a lo que no me interesa. No me interesa la entradita, y no me
interesa el cole. Eso es todo.
La psicóloga no daba crédito a lo que estaba oyendo. Nunca se había
encontrado con un niño que le rebatiera sus argumentos de manera tan
contundente. No era lo esperable a esa edad. Se removió en su sillón, y trató
de reconducir la situación, ignorando la respuesta de la niña.
—Alma, sé que
puede ser difícil de asimilar para ti. Las pruebas son concluyentes: tienes
problemas de atención.
—¿Puedo hacerle
una pregunta? —insistió la niña.
—Sí, claro, adelante.
Cualquier duda o preocupación que tengas, aquí estoy para eso —dijo con
satisfacción la psicóloga, sintiendo que todo volvía a la normalidad de lo
esperado.
—¿Se ha dado
cuenta de lo triste que está la señora del mostrador?
La psicóloga se quedó a cuadros. No, no se había dado cuenta. Esa tarde
había entrado con prisas, con la mente a mil por hora; no había visto más allá
de las cosas que tenía entre manos como, por ejemplo, esos cambios en la
distribución de los objetos de la entradita. Tomó aire, miró a la niña y le
respondió:
—No, Alma, no me
había dado cuenta…
Fdo: Ana Cristina González Aranda.
@ana.escritora.terapeuta.
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