Paseaba revuelta, con la
bata torcida y el pelo en guerra. Su marido, absorto en arreglar el desagüe, ni
se inmutaba. “¡Míralo!, la sangre de horchata!”, pensaba con inquina. Sus pasos
se aceleraban al encuentro de un terremoto que lo sacudiera del sopor.
—¿Te parece bien que tu hijo
flojee en los estudios?
—¿Qué quieres que hagamos,
Matilde?
—¡Pues obligarlo! Quitárselo
todo: dinero, pantallas, distracciones.
Una mosca cruzó zumbando. El
silencio estalló como un cristal. Sintió arder su cabeza. Lo odió con todas sus
fuerzas. Pero ¿qué estaba haciendo ese hombre?
—¡Manolo! ¿Estás loco o qué?
¿No te das cuenta?
—¿De qué? —preguntó mientras
forcejeaba con una tuerca.
—¡Joder! Que de tanto
apretarla la vas a estropear.
—Igual que con tu hijo.
@ana.escritora.terapeuta
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