domingo, 2 de noviembre de 2025

Ella nunca se calla

 

  



Estaba entusiasmado. Después de tanto tiempo había terminado su novela. Quienes la habían leído lo felicitaban. Ahora tocaba ponerse a buscar editoriales y lanzar su propuesta. Empezó a indagar y a consultar en los catálogos de las páginas web. Al inicio veía que su manuscrito encajaba bien. Sus dedos tecleaban vigorosos, añadiendo editoriales a su base de datos. Llevaba apenas diez casas cuando ella entró. Lo hizo como siempre, sin pedir permiso, lo miró arrogante, con ese gesto contrariado.

—¿Qué estás haciendo ahora?

—Estoy ocupado.

—No importa. Quiero que me respondas.

—Ya lo sabes… quiero publicar mi novela.

—¡Ja! Eso que te lo crees tú… Ganas de perder el tiempo. Prepárate unas buenas oposiciones.

—¡Es lo que yo quiero hacer! Por favor, déjame. Quiero seguir…

—Sí, si… seguir siendo un iluso. ¿No ves que no merece la pena? Ve a lo seguro. Un trabajo para toda la vida, como tu padre.

Arturo sentía que la tensión subía como una ola caliente por su espalda. Deseaba que se callara, pero ella no obedecía a razones: solo sabía atacar. Iba por libre y sabía qué puntos pulsar para sacarlo de sus casillas. Odiaba su voz cascada, pero más se odiaba a sí mismo. Se sentía impotente. Sus ojos dejaron de mirar la pantalla, sus brazos cayeron como dos pesos muertos; su corazón, contraído, se llenó de desolación. Al fin y al cabo… ella tenía razón: ¡A dónde iba él! Nunca había ido más allá de un intento fugaz.

No podía hacer que callara. Se levantó de la silla dejando el ordenador encendido, y se tendió en la cama. Inerte y rendido, se dejó llevar por una marea de emociones que lo dejaron exhausto. Pero esta vez la mortificación llegó a un punto de no retorno. El hastío a sentirse a la deriva superó con creces su miedo a lo incierto. El coraje empezó a latir, primero tímido, luego expandiéndose como un torrente por todo su cuerpo. Se irguió vigoroso de la cama y respondió con voz alta y clara:

—Me da igual lo que digas. Estoy harto de ceder. No quiero tu seguridad. Abrazo la incertidumbre.

La voz se diluyó en su cabeza. Se volvió a sentar frente al monitor y siguió buscando. Mientras lo hacía, se repetía, una y otra vez:

—“Yo soy suficiente”.

El entusiasmo volvió a vibrar en él, pero esta vez era diferente. Había ganado su primera batalla a esa vocecita. Sabía que volvería, pero ya no le tenía miedo.

@ana.escritora.terapeuta

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