En lo
alto de la colina estaba la granja de tío Eusebio. No era ni muy grande ni muy
pequeña, pero el paisaje era hermoso desde allí. Tenía la granja sus gallinas,
sus vacas, su mula, su perro e incluso un bello cisne con el ala rota.
Mientras
tío Eusebio hacía sus labores, los animales hacían su vida. Todos estaban
ocupados en la granja. El cisne, por ejemplo, cada día desde el amanecer hasta
la puesta de sol, se esforzaba por emprender el vuelo, a pesar de su ala rota.
Es cierto que no tenía éxito, pero también, lo es que no cesaba en su empeño.
Una de
las gallinas más veteranas le tenía inquina al cisne. No soportaba ver que no
tiraba la toalla.
—Pero… ¿quién te has creído que
eres? ¡Tú no puedes volar! —le decía
mientras se burlaba de él.
Los
demás animales de la granja se reían con la gallina de los aparatosos intentos
del cisne por volar. Pero el cisne no hacía caso de las burlas, y seguía a lo suyo.
Una vez, se esforzó demasiado y salió malparado al chocar con fuerza contra uno
de los postes de madera que cercaban la granja.
Todos
los animales se rieron con estrépito del malherido cisne. El único que mostró
compasión por él fue el perro, que se acercó a socorrerlo.
—Cisne, déjame que te ayude —le
dijo mientras intentaba arrastrarlo con suavidad hacia el establo.
—No, gracias, ya se me pasará.
Déjame aquí.
—Como quieras, pero deja de
intentar volar porque esta vez has tenido suerte, pero la próxima podrías
morir.
—Lo sé, pero antes prefiero
morir intentando cumplir mi sueño que vivir sin sueños.
El cisne
se fue recuperando poco a poco. Los demás animales, a excepción del perro,
pensaban que se había rendido, por lo que dejaron de echarle cuentas.
Una
mañana, el cisne volvió a intentarlo. Los animales lo contemplaban, ladeando la
cabeza. Lo daban como un caso perdido. La gallina empezó a cacarear con sorna y
desdén.
—¡Estúpida ave! ¡Venga!!Venga!
Sigue intentándolo, que seguro que das unos buenos muslos para el caldo.
Todos
los animales, menos el perro, celebraron el comentario de la gallina e hicieron
coro con ella para burlarse del cisne. Estaban tan entretenidos riéndose que,
cuando al fin, el cisne logró emprender el vuelo y saltar la cerca, no dieron
crédito a lo que sus ojos veían. El cisne había cumplido su sueño y ya era
libre, y ellos…
La
gallina, furiosa, empezó a cacarear con escándalo para alertar al granjero de
la huida del cisne. No sabía la pobre gallina que tío Eusebio, la noche anterior,
había bebido como un cosaco. Tío Eusebio, al oír los estrepitosos cacareos de
la gallina, se despertó sobresaltado. Si ya de por sí, tenía muy mal despertar,
con resaca era aún más temible.
Enfurecido
y con el cerebro inyectado de odio, tomó su rifle y se dirigió hacia el corral,
al tiempo que, gritaba:
—¡Maldita gallina! ¿Quién te has
creído que eres?
Tío
Eusebio solía tener una pésima puntería, pero la resaca mal llevada puede obrar
milagros, así que apuntó con la escopeta a la gallina, y de un disparo certero
la mató mientras exclamaba:
— ¡Estúpida gallina! De hoy no
pasas para hacer caldo.
Con la escopeta todavía humeante en su mano, agarró la gallina por el pescuezo y se la llevó para dentro. Los demás animales enmudecieron.
Fdo: Ana Cristina González Aranda.
@ana.escritora.terapeuta.
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