Pongamos que te levantas un día y te dices: Voy a observar. Puedes observar los ciclos de la naturaleza, o bien, cómo se desenvuelve la vida humana. Decides observar el ajetreo de la vida cotidiana. ¿Qué observas? Es más que probable que lo que observes sea gente con prisas, corriendo de un lado para otro, afanándose en una carrera contra-reloj. Si lo haces todos los días, invariablemente observarás lo mismo, una y otra vez. Es más que posible, que te invada una sensación de desasosiego porque lo quieras o no, algo no racional bulle en tu interior. Te preguntarás si hay opción más allá del tiempo enlatado, y sí, la hay. Es más, está a tu alcance, pero requiere algo muy costoso: confiar y soltar.
Te hablo de la posibilidad de habitar el momento presente. Bajarnos del frenesí de una vida desbocada que tratamos de controlar en vano, para situarnos en el AQUÍ y el AHORA. Cuando lo hacemos, empezamos a sentir nuestro cuerpo, nuestra respiración, el espacio que nos rodea, el silencio… Las prisas se desvanecen y sientes cosquillas en tu interior. Te invade una paz que te envuelve de dicha. Te llenas de seguridad porque sabes con certeza que lo tienes TODO. Sientes abundancia y plenitud. Sientes que no tienes que esforzarte. Ya no tienes que ir a la caza y captura de ideas. A medida que te aquietas, las ideas vienen a ti.
Disfrutar de ese gozo prohibido, deslizarse por un tiempo que no se agota y que no te consume es un regalo tan precioso y tan merecido, que es difícil entender por qué no aspiramos a ello. No lo codiciamos porque lo ignoramos. Estamos tan instalados en la prisión mental del tiempo lineal que no vislumbramos más allá. Nos vetamos ahondar en la profundidad de nuestro interior. Y es ahí donde está la verdadera riqueza.
Habitar nuestro día a día, dotando de sentido cada instante, abrazándolo con el corazón hasta hacerlo nuestro, sin esperar a que sea perfecto. Todos tenemos esa opción a nuestro alcance, sea lo que sea que estemos haciendo. No importa tanto el qué como el cómo. Pero claro está: Hay que soltar expectativas, dejarlas ir y vaciarse de ellas; hay que confiar y soltar el control, pues no hay nada que controlar.
Podemos vivir el momento presente y SER con mayúsculas, sin pretender otra cosa que SER y ESTAR. Entonces ocurre la magia: el Hacer sucede sin tener que recurrir al esfuerzo. Porque si tú puedes SER tu propósito, el Hacer surge por sí mismo. Disfrutamos creando porque somos los dueños de nuestra creación. Y esto es posible porque empezamos a crear desde la abundancia y no desde la carencia. Porque en el momento que tienes que esforzarte, es porque no lo tienes, porque te anclas al miedo. El SER es tu ancla. Comprometerte contigo mismo implica: Situarte en tu vida y habitar tu espacio y tiempo desde la presencia, y no desde la ausencia. ¿Estás dispuesto o sigues esperando?
Fdo: Ana Cristina González Aranda.
@ana.escritora.terapeuta.
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