domingo, 16 de febrero de 2025

ATRAPADA.

 


    La lluvia empapaba el aire. Su rostro humedecido buscaba horizontes tras los cristales. “Tal vez…”, se oyó decir en el silencio. Hacía ya un año de su descenso a los infiernos. Lo que comenzó como una apasionante aventura de amor se tornó, pronto, en pesadilla. Suspiró hondo. Aquellos primeros momentos vividos junto a él parecían haberse desvanecido como una ilusión.

    Ella era otra persona y, ahora, el tiempo transcurrido le parecía una eternidad. Sus profesores y compañeros de facultad la consideraban un talento innato con un futuro prometedor. Siendo tan joven ya tenía un estilo propio, totalmente vanguardista que incorporaba el realismo de forma magistral. Sus obras atrapaban y te sumergían en colores, trazos y situaciones imposibles de imaginar.

    Todo marchaba sobre ruedas en su vida hasta que él apareció. Lo conoció cuando presentaba su primera colección en una galería de arte. Como un fantasma, emergió de la nada y se aproximó a ella con dos copas de champán; una para ella, otra para él. Se mostró fascinado por ella y por su obra. Se presentó como un marchante de arte con importantes contactos. Decía trabajar con las mejores galerías y los artistas de más renombre. Ella quedó encandilada por su atractivo, su porte y su magnetismo personal. Antes de irse, él le dejó su tarjeta.

    Encuentro tras encuentro, sin darse cuenta quedó envuelta en una espiral de seducción, administrada de forma intensa y calculada en sus inicios. La bombardeó de amor y promesas, al tiempo que, iba distanciándola de su ambiente, sus amistades y de su propia familia. Ella vivía para él y sólo veía a través de él.

    Los primeros meses fueron una luna de miel de ensueño hasta que, poco a poco, las cosas empezaron a cambiar. Primero, fueron pequeños gestos insignificantes; luego, le siguieron ligeras críticas hacia lo que pintaba o hacía; después, empezaron los reproches duros e hirientes, seguidos de silencios interminables y ausencias que se iban alargando en el tiempo.

    Ella creía volverse loca. Buscaba entender de forma obsesiva qué podría haber hecho mal. Perdió su seguridad y su confianza en sí misma. Le costaba entregarse a su pasión porque había desaparecido por completo. Cuando intentaba pintar, se situaba delante del lienzo y se bloqueaba. No había espacio dentro de ella nada más que para él, y su dolor.

    Se sentía perdida y sin rumbo, cautiva de un amor no correspondido, que no hacía más que atormentarla y quitarle la vida. Lo amaba y lo odiaba al mismo tiempo. Empezó a sospechar que la había engañado en todo y que la engañaba con otras. Las salidas, los silencios, las recriminaciones, las ausencias se le incrustaron en el corazón. Apenas dormía ni comía. Se sentía morir a cada instante.

    Las discusiones eran cada vez más subidas de tono. Él la acusaba de estar loca, de ser una celosa patológica. Le decía que era una pintora fracasada y que se avergonzaba de ella, que no se atrevía a presentar su obra en ningún sitio.

    Ese día, mientras miraba la lluvia tras los cristales, una idea se abrió paso en ella y la hizo saltar en mil pedazos de sueños rotos: ¡Yo no soy eso! De manera inexplicable, se sintió liberada de la angustia y el dolor que oprimían su pecho, se sintió volar lejos y libre de la dictadura de una falsa cordura y, al fin, lo vio claro: sus ojos siempre estuvieron vacíos como los de un pez sin vida. Se perdonó a sí misma, se lavó la cara, se miró al espejo y se sonrió.

No dejes que la sombra de nadie ahogue tu Luz.

Brilla, Brilla siempre.

Ana Cristina González Aranda.

@ana.escritora.terapeuta.


 

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2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tu hermoso relato/reflexión. Cuántas veces nos dejamos llevar por el envoltorio sin percibir que dentro no hay nada. Lo has plamado de una manera sencilla y cercana. ¡Enhorabuena!

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    1. Tal vez porque esperamos del otro lo que no nos damos a nosotros mismos, y ese otro, si es un depredador, aprovecha la circunstancia y nos ciega con su envoltorio.

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