domingo, 21 de diciembre de 2025

Los palitos son para soñar(1): Esa niña me saca de quicio. Un relato terapéutico sobre la niña interior y el miedo a ser.

 


Esa niña me saca de quicio

Era un día cualquiera de los muchos que pueblan el calendario escolar. La estirada seño Gutiérrez paseaba entre los pupitres para supervisar el trabajo de sus alumnos. El sol se atisbaba tras los cristales con la promesa de una mañana espléndida. Mario estaba ensimismado tratando de atrapar con sus manos los rayos de sol que se posaban sobre su mesa. Por fortuna, pasó desapercibido a la aguda vista de la seño Gutiérrez, que se acercó a Paulita y contempló con disgusto que la niña no estaba componiendo las cifras de la ficha con los palitos y las gomas, sino que estaba armando figuras geométricas sin sentido.

—Paulita, ¿me puedes decir qué estás haciendo? -—inquirió algo irritada.

—¿No lo ve? —preguntó Paulita incrédula—. Estoy formando constelaciones. Mire esta —dijo señalando a la derecha—. Es la osa mayor, y esta otra es Orión.

—Paulita, no es eso lo que te he pedido —dijo suspirando con resignada paciencia—. Tienes que componer todas estas cifras. Cuando lo hagas, me llamas. Espero que te dé tiempo porque si no….

—Sí… me quedo sin recreo.

—Eso es.

La seño Gutiérrez se dio la vuelta para pasar por el resto de las mesas. Comprobó con satisfacción que casi todos tenían hecha la tarea correctamente.

—¡Bien hecho! —celebró con su tono más chillón—. ¡Alicia, eres una campeona! Te has ganado una estrella azul y una sonrisa —dijo al tiempo que pegaba dos adhesivos en una tarjeta de cartulina.

—Eusebio, todas bien menos la última. Comprueba las decenas….

—Mario, pero… ¿Qué has estado haciendo? —preguntó exasperada—.¡No has hecho nada!

—No sé… contestó dubitativo y cabizbajo.

—¿Cómo que no sabes? Pues yo sí sé. ¡Te quedas sin recreo hoy también!

La seño Gutiérrez suspiró hondamente. Niños como Mario y Paulita la desquiciaban y la hacían dudar de su vocación. Si todos fueran como Alicia, tan disciplinada y obediente, enseñar sería otro cantar. Miró su reloj, quedaban 5 minutos para el recreo, así que trató de relajar su mente pensando en sus próximas vacaciones. Quería viajar a Venecia. Se haría un montón de fotos chulas que luego subiría a su Instagram para presumir ante sus amigas. Tocó el timbre.

“¡Al fin!”, se dijo saliendo de su ensoñación. Les hizo un gesto con la palma de su mano a sus alumnos para que se contuviesen. Acostumbraba a indicarles cuándo debían salir para que lo hicieran de forma civilizada y no “como los salvajes”, según decía ella.

—Podéis salir —dijo al fin— Paulita, tú te esperas, y Mario, tú ya sabes…

Se acercó a la mesa de Paulita, y comprobó con asombro que había terminado su trabajo de una manera impecable y en apenas 5 minutos.

—¿Ves cómo puedes cuando quieres? ¡Venga, sal al recreo!

—¡No! —le dijo Paulita—. Me quedo con Mario.

—¿Por qué? —preguntó con incredulidad y cierto malestar la seño.

—Porque quiero ayudarle. No veo bien que siempre se quede sin recreo.

—Se queda sin recreo porque no quiere trabajar. No es cuestión de justicia. Pero… ¿Qué hago discutiendo con una niña? ¡Fuera de aquí, te he dicho!

—¡No! —le contestó Paulita, mirándola desafiante con los brazos cruzados sobre su pecho— Él no lo hace, no porque no quiera, sino porque no sabe. Necesita ayuda, y yo sé cómo ayudarlo.

—Voy a llamar al Director—. Terminó por amenazarla.

—De acuerdo. Seguro que me entiende.

La seño Gutiérrez salió bufando de allí. Esa niña era terrible. Obcecada como una mula e irritante como una mala muela. Y encima, todos sus compañeros, incluido el Director, la adoraban y celebraban sus gracietas y ocurrencias, que, a su modo de ver, eran de lo más delirante. Pensó en dirigirse al despacho del Director, pero desechó la idea por inútil. Así que salió al patio. Esa mañana le tocaba guardia de recreo con Lucía, la seño de inglés.

—¿Y Paulita? ¿No ha venido? Le preguntó extrañada al no verla entre sus compañeros.

—Se ha quedado en el aula…. – respondió con desgana.

—¿Por qué? ¿Está castigada?

—No, es que quiere ayudar a Mario con su tarea.

—¡Esa niña es increíble! Si tuviera una niña, querría que fuese como ella.

“¡Este es el colmo!”, pensó con disgusto la seño Gutiérrez, “¡hasta la admira y la querría como hija! ¡Está loca de atar!”

Lucía la miró. No entendía muy bien la poca simpatía de su compañera hacia una niña como Paulita. La seño Gutiérrez no hablaba de ello, pero era algo imposible de ocultar porque sus gestos la delataban.

—¿Qué te pasa con ella? —se atrevió, al fin, a preguntar.

—¿A mí? —reaccionó entre sorprendida y pillada en falta—. ¡Nada! Lo que ocurre es que tú no pasas tanto tiempo con ella como yo. No obedece y va a su aire.

—No sé lo que pasa en tu clase, pero en la mía es de lo más participativa y entusiasta. ¿Obedecer? Es que no se da el caso. Nunca me ha dado la impresión de que desobedezca. Aunque sí es verdad que le gusta tomar la iniciativa, y yo la animo a ello.

—¡Uy! Parece que Luis se ha caído y se ha hecho daño. Voy a acercarme por si necesita una cura —dijo la Seño Gutiérrez, aliviada por encontrar la excusa perfecta para abandonar la espinosa conversación.

Tocó el timbre y los escolares se dispusieron en filas para volver a sus aulas. Cuando la Seño Gutiérrez entró en clase, vio que Mario y Paulita reían juntos. Al notar su presencia, callaron. Paulita se fue a su pupitre. La Seño se acercó a Mario y comprobó que había terminado la tarea correctamente.

—Seguro que te la ha hecho Paulita —dijo con cierto desdén mirando a la niña de reojo.

—No, Seño. Ya sé hacerlo. Paulita es muy buena maestra— dijo con cierto temor.

—¿Ah, sí? —reaccionó irritada—. Demuéstramelo.

Con paso firme se fue hacia dónde tenía su carpeta, y rebuscó de entre las fichas, la que le parecía más difícil. Volvió al sitio de Mario y se la colocó en su mesa.

—Toma. Aquí tienes. Si la haces sin ningún error, mañana sales al recreo.

—¿De verdad? —preguntó Mario entre ilusionado y apabullado.

—Sí, de verdad. Cuando termines de hacerla, me llamas.

Mario se puso manos a la obra. Ya ni se acordaba de la última vez que pisó el patio durante un recreo. Su madre había ido un sinfín de veces a hablar con su tutora, pero fue en vano. La seño se mostraba tenaz e inflexible.

La caída.

Revelación y renacimiento

@ana.escritora.terapeuta

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2 comentarios:

  1. Me ha impactado este relato triple. Me ha hecho pensar.... gracias! Besitos

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  2. Gracias por comentar. Sí, de eso se trata: mover a la reflexión. Un fuerte abrazo.

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