viernes, 16 de mayo de 2025

Mujeres que danzan con la luna.

 


A Isabela le gustaba bailar a la luz de la luna. Su escenario: una vieja cancha de tenis abandonada, en mitad de la nada, fuera del fragor de luces que vomitaba la ciudad.

Cada noche, después de salir del trabajo, se cambiaba de ropa en casa, tomaba su coche y conducía hasta su pista de baile. Y allí, arropada al abrigo de las estrellas, en el cielo limpio de la noche, se entregaba a la danza.

Bailaba para ella, para el cielo, las estrellas, la luna, la noche. Rodeada de una exuberancia salvaje, complacida, que la observaba en silencio. Giraba, saltaba, se volteaba, marcaba sus movimientos con maestría al compás de una música que le sonaba desde dentro.

Unos ojos redondos y grandes, hechos a la oscuridad, la contemplaban y la seguían sin perder detalle. Custodiaban su presencia como celosos guardianes de un tesoro de valor ancestral.

Ella se había convertido en un elemento más de aquel hábitat asilvestrado, que el hombre una vez había conquistado y que la naturaleza había vuelto a reclamar.

Isabela también volvía a la naturaleza que le había sido arrancada. Y allí, hiciese frío, calor, lloviese o nevase, danzaba. Aunque el viento azotara su cara, el frío entumeciese sus dedos, o la nieve crujiera bajo sus pies, seguía bailando sabiéndose libre y ajena a un mundo que cada vez tenía menos cabida en ella.

@ana.escritora.terapeuta

Suscríbete para recibir notificaciones de nuevas publicaciones

2 comentarios:

El tenderete (1): La llegada. Relato irónico y con crítica social sobre las quejas y las ofensas.

  Era un día como otro cualquiera. Nada parecía salirse del guion. La gente hacia lo esperado, lo que había aprendido desde que tenía uso d...