sábado, 18 de enero de 2025

El chocolate del loro (Segunda Parte)

 



Alberto que ya iba con la bandeja portando el café y su juego de porcelana cara, se encontró con un cuadro dantesco: Su amada tirada en el suelo luchando contra el Señor Nilson, que no dejaba de tirarle del pelo. Ella, en un intento de protegerse, no dejaba de darle manotazos al loro, que sabía esquivarlos con soltura. —Fuera, fuera asqueroso pajarraco —le decía ella, mientras que el loro no dejaba de repetir:

—El chocolate es del loro. Uaafff. Uaafff. Señor Nilson disgustado. Mala bruja, quitarle el chocolate al loro. Uaaafff. Uaffff.

A Alberto se le cayó la bandeja, desparramándose el café sobre su alfombra persa, y rompiéndosele en mil pedazos su vajilla de porcelana china. Se llevó las manos a la cabeza, pero al fin, consiguió reaccionar y se aproximó a Marcela para intentar ayudarla. Pero no le dio tiempo, el loro consiguió su trofeo y se elevó en el aire portando entre sus garras la peluca. Marcela se incorporó, presa de los nervios, sin darse cuenta de que ya no lucía su melena; así que cuando vio que el loro la llevaba consigo, rompió a llorar desconsoladamente. Y allí estaba, sentada en el suelo, humillada y hundida, con su peor secreto a la vista:  Su pelo escaso y las pequeñas calvas que componían la orografía de su cabeza. Alberto se acercó a ella y le tendió la mano.

—Venga —le dijo cariñosamente—. No te avergüences. Me fascinaba tu melena, lo reconozco, pero no tanto como tú. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, y si para ti no es un problema, para mí tampoco.

Al escuchar sus palabras se sintió entre sorprendida y consolada. Se levantó, y sin decir nada, lo abrazó con sentimiento. Él la acogió amorosamente entre sus brazos. Aproximó su boca a su oído y le dijo suavemente: —También hay algo de mí que no sabes y que quiero mostrarte—.

Se apartó con delicadeza de sus brazos, se agachó y, subiendo las perneras de sus pantalones, le mostró sus botas con alzador.

—Como ves, soy un poco más bajito de lo que creías. Siempre me he sentido acomplejado con mi estatura, y esos 10 cm me hacían sentir mejor.

(Marcela lo miró sonriéndole con ternura)

 —No me importan esos 10 cm si a ti tampoco te importa. Me gustas tal y como eres

Alberto respiró hondo, sintiéndose el hombre más feliz del mundo. Se había quitado un gran peso de encima.

—Bueno—propuso resolutivo—. ¿Qué te parece si salimos de aquí y nos vamos a esa cafetería tan bonita del centro?

—Me parece una idea estupenda. Pero… ¿Me permites que vaya a arreglarme un poco al baño? —preguntó algo tímida Marcela.

—Sí, claro. Espera un momento. —Y se volvió hacia donde estaba Nilson en un claro intento de quitarle la peluca de sus garras.

—No, por favor. No hagas eso —le interrumpió Marcela—. Al fin y al cabo, me sentía miserable con esa peluca. No la quiero, déjasela. Se la regalo al Señor Nilson.

—Sé de lo que hablas. No sabes lo que te entiendo. Te espero.

Marcela se fue al baño, abrió su bolso y sacando su cepillo se arregló lo que pudo el pelo. Mirándose al espejo se dijo que no estaba tan mal. Al salir vio que Alberto se había cambiado de pantalones. Ahora lucía pantalones cortos y llevaba puestas unas preciosas sandalias de cuero marrón.

—No hay nada como ser y sentirse uno mismo, ¿verdad? —Le preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sí, nada como ser uno mismo —asintió emocionada Marcela—. Por cierto, recogemos este desastre antes de irnos, ¿no?

—¡Ni hablar! Eso se lo dejamos al Señor Nilson —dijo riendo abiertamente Alberto— ¡Señor Nilson, a recoger el salón!

El loro que había permanecido en silencio después del incidente, empezó a parlotear:

—Señor Nilson ocupado! ¡Señor Nilson no saber! Uaaffff uaaaffff

—Ya, ya…—dijo con sorna Alberto—. Ahora te haces el loco.

—No, no, Señor Nilson no hacerse el loco. Señor Nilson hacerse el loro. Uaaaffff. Uaaaffff

 Y esta es la historia de la que podría haber sido la peor cita del mundo.

Fdo: Ana Cristina González Aranda.

@ana.escritora.terapeuta.

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